Ofrendas en tiempo de pandemia

Foto: Rodrigo Morales. Ofrenda en el pueblo de Ocotepec, Cuernavaca, Morelos.

Edilberto Nava García

Apango, Guerrero, México, 2 de noviembre de 2020. A causa de la visita nocturna de dos gatos que salen a cazar, hubimos de dormir adjuntos a la ofrenda, pero no es la primera ocasión, pues son ya varios años que así la cuidamos. Al amanecer comenzó a correr un aire frío que cortó el silencio. Reyna me dice, me levanto rápido a hacer el atole y a recalentar la calabaza. Pocos minutos después me dice: llévales a tu tío y a Edilia para su ofrenda. Acato raudo, pero aún no se levantan. Al retornar pruebo el atole. No, no es lo mismo. El atole que tomamos hace mucho, se hacía necesariamente recociendo el maíz al que se le llama maíz de atole; ése ha de molerse, pues antes se pallanaba ( pallana, es verbo nahuatl) y mediante un briñaque o cedazo se colaba antes de ponerlo a cocer.
La ama de casa me dice que aún tiene mucho que hacer para ofrendar. Le comento con sorna: ¡caramba!, quieres atarragar a los difuntos, pero hoy, la iglesia católica festeja a todos los santos. No se te olvide -responde, que tú mismo has escrito que vienen multitudes de desencarnados. Y es cierto, por eso no me queda más que asumirme como colaborador. Miro el arco formado por cuatro cañas dulces, lucen cual barroquismo ofrendad, pues tiene jícamas, mandarinas, ciruelas en ramas, plátanos en racimos de dos tipos, nísperos y, atravesando el hilo para hacer el hemiciclo superior con el cogollo de las cañas, pendiendo de él el pan coloreado. Sobre la mesa, aparte de la fruta hay mole verde y colorado; el verde es de gallina y michtlatonilli, es decir, mole verde de pescado.
Recordé al instante de cómo ofrendaba el esposo de mi prima Enedina Estrada allá en México. Quizá debido a su nacencia, era de Cholula, Puebla, don Trini iba a dicha ciudad y compraba dos enormes cajas que llenaba con pan; pan buenisimo, grande y fino; y a quienes vivíamos con él, nos preguntaba al momento de ofrendar, quiénes de nuestros familiares habían fallecido. A todos colocaba cazuela o plato, chocolate en leche y pan gigante. Me tocó en una ocasión matar dos guajolotes para el mole rojo, pues aparte, se guisaban por lo menos cinco gallinas corrientes. Ya había mucho pollo de granja, pero para ofrendar esos quedaban descartados. Se trata pues de honrar a los difuntos, porque el huentli es eso, ofrenda. Don José Trinidad Juárez Sánchez fue siempre muy desprendido y agradecido.
Mas volviendo a este día, como mi tío vive en el centro del pueblo, hube de pasar frente al portal del templo y del atrio. Me di cuenta que el sacerdote oficiaba. Pensé en la ofrenda de mi tío. Dicha casa la frecuenté desde niño. Mis abuelos, padres de mi mamá, también se esforzaban para ofrendar de la manera más digna. En esos casos, las nueras iban a hacer pan en el alargado corredor, pues la casa de mi abuelo contaba con horno, que hoy está casi desecho. Nada que faltara, ni la hoja para tamal; como siempre, lo único caro era el pescado, pero recuerdo que mi mamá compraba también ese pescado carnudo y pesado. Era pescado seco, para el mole verde. Mi abuelito se ocupaba de encerrar dos días los cinco o seis becerros para ordeñar y ofrendar esa leche con chocolate sin faltar el queso.
Sin embargo, las ofrendas han cambiado con el paso del tiempo. Antes se colocaban en el altar hasta cigarros y varias copitas de vidrio conteniendo mezcal y algunas con vino de consagrar. Hoy ya casi nadie coloca cigarros ni mezcal, aunque sí el vino de consagrar. A momentos hago broma para que el quehacer no canse tanto. Hace rato dije en casa: ora sí que los difuntos se sentirán oficiantes católicos, pues en su vida no tomaron vino de consagrar, pues sólo lo toma el cura. Nomás me vieron. Lo cierto es que los llamados tlaxcales no los miro en las ofrendas. Antes era elemental ofrendarlo. Se iba a los cultivos a buscar camaguas, se raspaban, se hacían masa, con su proporcional carbonato, azúcar, canela, yema de huevo recocido, poca manteca, y se cocían lentamente sobre comal de barro. Ahora ya ni comales de barro se consiguen con facilidad; puro de fierro y hasta tapas de tambos sirven para cocer las tortillas.
No hemos pensado acerca del destino de las flores. Como el panteón está cerrado para evitar contagios de coronavirus, quizá pocos fueron a repintar o renovar las cruces o darle forma a las tumbas; este año quizá se lleve las flores el carro de la basura. Los pueblos indígenas no elegirán hoy a sus comisarios en los panteones como acostumbran. Oficialmente, la autoridad llama a esto la nueva modalidad.

 

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Edilberto Nava García, escritor, excelente narrador, apasionado por su lugar de origen, Apango, Guerrero, México; en donde encuentra un sinfín de detalles de la vida común, de los relatos, leyendas y tradiciones; ha publicado varios libros de de narrativa mexicana, entre los títulos publicados está «La desvelada muerte», y «Axcan quema» .