Los niños y las cotorras

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Por Máximo Cerdio

Cuernavaca. Es una mañana de silencios en la colonia San Antón, a más de un mes de haberse decretado la contingencia por el covvid-19.

En el departamento de un edificio horizontal nuevo, dos pequeños de 6 y 7 años juegan en el balcón que da hacia la barranca. De pronto, escuchan ruidos muy fuertes y desconocidos en el vacío de la hondura.

La niña grita aterrada y corre hacia el interior de la casa buscando los brazos de su madre, el niño la sigue, chillando como un cerdo. La mamá, que estaba en la recámara, sale corriendo a ver qué le ocurre a sus hijos y éstos se le pegan a las piernas y se esconden detrás de su cuerpo.

-¿Qué pasa, qué hay ahí?

De nuevo el silencio es reventado por el mismo ruido de sonidos agudos, como graznidos, y los niños vuelven a gritar y hunden sus uñas en la cintura y en las nalgas de su madre.

La mujer avanza hacia el balcón cautelosa, los niños van atrás, protegiéndose.

Ella se asoma hacia la barranca y en la copa de uno de los pocos árboles que quedan, observa varias aves verdes.

Al percibir a la mujer, las cotorras levantan su vuelo verde y se pierden en los arbustos semisecos.

La mujer abraza a los pequeños y les dice:

-No se asusten, eran unas aves, pero ya se fueron y no volverán.

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Las guacamayas y el monstruo

Desde hace más un mes que mucha gente se ha encerrado en su casa por temor al contagio del coronavirus las cotorras han salido de las profundidades de las barrancas o de las lejanías.

Siempre van en parejas y se han visto, como hace más de una década, parvadas de doce o catorce de estas aves.

Escogen algunos árboles altos y desde ahí comienzan a platicar a gritos como señoras en un tianguis o en una vecindad.

No cantan como los presumidos cenzontles, ellas parlotean, como si arrojaran ruidos sólidos por algún tubo de metal, y es inevitable levantar la vista para hurgar el follaje y adivinar dónde se ubican.

Rodrigo Morales Vázquez, El Monstruo de San Antón, dice que hace muchos años en el barrio se podía ver y escuchar las parvadas de guacamayas atravesando el cielo o las barrancas.

Si el Monstruo vio a esas hermosas aves en el tiempo en que le quemaba las pestañas al chamuco o si las vio después, cuando se regeneró y se volvió ambientalista, no tiene importancia porque en alguna parte de la Tierra estas aves están pintando de rojo y azul algún espacio libre.

¿Qué pasaría si gran parte de los habitantes de esta ciudad desapareciéramos? ¿Treparían las plantas por las paredes de las barrancas hasta las calle y avenidas. ¿La fauna nativa saldría de sus escondites? ¿Nos visitaría los animales de otras entidades una vez que los límites políticos desaparecieran?

Nota. Publicado originalmente el 28 de abril de 2020 en el portal Morelos Migrante Noticias, con el título Oleajes para memorias futuras.