Perra suerte, la historia del Mocho de Xoxo

Perros en marcha

Perros en marcha

Por Máximo Cerdio

Xoxocotla, Morelos, 12 de mayo de 2024. El animalito debe estar en estos momentos muy calientito con su dueño, después que estuvo a punto de que lo mataran de un machetazo o de que tuviera una agonía terrible por veneno después que lo fueran a “perder” en el monte.

El 16 de abril, alguien subió a una página de Facebook, unas fotos del can, pidiendo ayuda. Lo estaban dando en adopción porque, lo más seguro, es que los perros que merodean la escuela lo volvieran a buscar para matarlo, y también había amenazas de que lo querían desaparecer, pues había mordido a varias personas que lo molestaron o amenazaron su espacio.

Pero para su fortuna, se lo llevaron. Una persona que era albañil o velador, fue a preguntar por el perrito, y cuando se lo presentaron, éste le meneó la cola. Se cayeron bien, y el hombre se llevó al perro su casa.

El año pasado, pusieron unas fotos y un aviso por Facebook, para que quien estuviera interesado, pasara a verlo a la escuela y se lo pudieran dar en adopción amorosa y responsable.

“El Mocho es un macho de aproximadamente dos año de edad, estatura mediana, desparasitado, esterilizado, no comparte territorio con otros perros machos. Es excelente guardián, es leal”, decía la ficha.

1El Mocho con collar Isabelino

1El Mocho con collar Isabelino

El animal había entrado a la escuela secundaria Técnica de Xoxocotla, tal vez en enero de 2023, y siempre que el personal, directivos, maestro y alumnos regresaban de  vacaciones decían: «ahí sigue el Mocho», o sea, no lo habían matado ni se había escapado.

El perro llegó como la mayoría, buscando comida o refugio, con la particularidad de que él tenía un cable de luz en el pescuezo.

Con seguridad, se había escapado del lugar donde lo tenían amarrado; no se puede decir “de su casa o de su hogar”, porque difícilmente se puede dar ese nombre a un lugar donde algún ser humano esté torturando así a un ser vivo.

Por increíble que parezca, hay colonias en las que se pueden observar perros amarrados en la azoteas sin ningún tipo de sombra, o en los patios, en los puros huesos, o en la calle, sucios, buscando algo para saciar su hambre, o enfermos, a punto de morir.

El Mocho no dejaba que nadie se acercar, ni los perros, ni los niños y niñas ni los profesores. Siempre estaba a la defensiva: gruñía. Era impensable ayudarlo a liberarse del cable, pero a pesar de eso, Mocho se quedó en la escuela, se veía cansado y jadeante, pero tranquilo mientras no se le acercaran.

Con el paso de los días, un maestro le pudo quitar el cable del cuello, lo que significó el primer acto de adopción de este perro para la escuela.

El Mocho dentro de las oficinas de la escuela

El Mocho dentro de las oficinas de la escuela

Los días transcurrieron y nadie lo reclamó, nadie lo buscó en la escuela, era el perro que había escapado de su casa y que se fue forjando su propia suerte.

El médico veterinario que trabaja en la escuela le calculó menos de un año de edad y su ficha quedó así: canino de menos de un año de edad, talla chica, raza híbrida mezcla de mestizo, pelo corto y liso, aparentemente sano.

Y los que no son doctores, prosiguieron con la ficha menos técnica: perrito blanco con manchas café, orejas paradas y puntiagudas, simpático y de cola corta, desconocemos si nació así o se la cortaron, «Mocho» lo bautizamos, aunque también le empezaron a decir «Pinto».

La escuela se volvió su hogar y como fiel perro fue implacable con las personas y otros perros ajenos a la escuela, y eso aunque se escucha muy heroico también fue malo para el mismo perro.

Poco a poco los trabajadores se fueron encariñando con el perrito, le daban restos de comida, lo saludaban, le procuraban que tuviera agua para calmar la sed por las altas temperaturas que se registran aquí en la región.

Y con el paso el transcurso del tiempo, ocurrió lo inevitable, el Mocho ya no era solo un perro más, sino «el perro de la escuela», algunos veladores se sentían seguros con el Mocho cuando la escuela quedaba vacía, era un fiel compañero que bajaba hasta donde la luz dejaba todo en penumbras, ladraba a intrusos y siempre estaba al pie del cañón.

Un día, tres o cuatro perros lo atacaron al mismo tiempo y le produjeron lesiones muy graves.

Benefactores del animalito lo ayudaron, y una de ellas, Bety, lo llevó con el veterinario, y éste les advirtió que iba muy mal y que tal vez no sobreviviría.

Pasadas las horas, el médico les avisó que la había librado, y que tenían que ir por él.

Bety lo tuvo en su casa para que se recuperara de las suturas y le dio sus medicinas respectivas, y aprovecharon para esterilizarlo, vacunarlo y desparasitarlo.

La cuidadora se encariño con el animalito. Pensó en quedárselo, pero como tiene varios perros y el Mocho es muy territorial, no pudo hacer que convivieran, y no tuvo más opción que regresarlo a la escuela.

El perrito estuvo tranquilo por unos días, pero en un descuido, la manada que lo había revolcado, llegó de nuevo y lo volvió a atacar.

El Mocho tuvo que ir de nuevo con el veterinario porque los animales le habían abierto las heridas y le habían producido otras.

Y nuevamente, Bety se lo llevó a su casa, con el problema que los demás perros no quieren al Mocho y éste no quiere a los demás.

A partir de ahí, se comenzaron a buscar adoptantes responsable en redes sociales y amorosos para el animal.

Como suele ocurrir en estos caso, la publicación se compartió muchísimas veces, pero no hubo solicitudes de adopción.

El perro debía irse de la escuela, pues ya eran muchas las personas que consideraban que el animal era agresivo, pues ya se le había aventado a varias personas, tratando de defender su territorio o a su manada, que éramos nosotros.

Un día de esos, el director del centro escolar, que es una persona muy consciente, reunió al grupo de benefactores del Mocho y dijo que era urgente tomar una decisión del destino del perro, ya que eran varias las personas que lo querían fuera. A Bety, quien se había hecho cargo del animalito, se le salieron las lágrimas de la impotencia, y más aún cuando se mencionó la idea de «mandar a dormirlo», ante la falta de interés de otras personas en adoptarlo.

La búsqueda de adopción fue más intensa, con llamas por teléfono y compartiendo la publicación de Facebook, pero nada de nada.

Dos días después, con los ojos a punto del llanto, Bety dijo a los benefactores en la escuela que había tomado una decisión. Todos imaginaron que iba a decir que ya no podía más y que estaba bien, que dejaría al Mocho a su suerte; pero no: Me lo voy a llevar a mi casa, ya le estoy haciendo un corralito, hoy me van a poner una tablas para que sea la puerta y esté apartado para que no se pelee con los otros perros, yo no tengo corazón para dejarlo a su suerte», dijo, y todos asintieron.

En la escuela, el Mocho permanecía amarrado durante el día, y en la tarde noche lo desamarraban, ya había aprendido a no echar mordidas, no ladrar a la loco y esperar a ir a un lugar específico para hacer sus necesidades, ya no era el mismo perro miedoso y a la defensiva que cuando llegó.

Grupos de perros en la calle

Grupos de perros en la calle

El lunes 22 de abril de 2024, el personal de la escuela llegó como todos los inicios de semana al trabajo, y Bety les compartió la buena noticia:

Una persona se había interesado por el perro, se trataba un velador que cuidaba materiales de construcción cerca de la escuela.

Bety platicó que el Mocho y su adoptante se fueron conociendo poco a poco, y que cuando un profesor le dijo que iban a dormir o lo llevarían a “perder” al campo, el hombre se sorprendió porque a él le gustaba para llevárselo a su casa, le parecía un buen perro, pero siempre creyó que tenía dueño en la escuela.

Preguntó más de una vez si era en serio que se lo podía llevar, mientras lo veía y lo acariciaba.

Se le advirtió que el animal no podía convivir con otros perros, menos si eran machos y que ya estaba esterilizado, a lo que el hombre asentía, decía que estaba muy bien, que vivía cerca de aquí de la escuela, que tenía un terreno grande donde el perro podría estar cómodo y que no tenía niños, que solo eran él y su esposa. Era la familia ideal para el Mocho.

Bety estaba con sentimientos encontrados, feliz por el Mocho, pero a la vez triste porque “su perrito” se iría con otra familia.

El viernes 19 de abril, fue el último que el Mocho estuvo en la escuela. Su plato y su balde de agua quedaron, bajo el árbol dónde lo amarraban.  Mocho, ya estaba en su nueva casa.

Los dos días siguientes Bety preguntó a los veladores si habían visto a Mocho, porque su adoptante dijo que lo llevaría en las noches a hacerles compañía.

La primera y la noche no lo vieron, Mocho regresó a la tercera, y por la mañana siguiente, muy temprano se encontró con Bety.

«Vi a Mocho, como que quería correr hacia mí, iba con su nuevo dueño, lo llevaba con una cuerda y se veía bien, feliz; ¡Ay mi perrito! Siento bonito y feo a la vez, pero sé que está bien con su nueva familia, el señor se ve que lo quiere y lo está trayendo en la noches y yo lo puedo ver aunque sea un rapidito», comentó Bety.

Perros en las calles

Perros en las calles

Según datos que han sido compartidos por organizaciones protectoras de animales y médicos veterinarios de la zona, en Xoxocotla, municipio indígena en la zona sur de Morelos, y hay un alto porcentaje de abandono de perros y falta de responsabilidad de los dueños hacia sus mascotas, lo que incluye desde ser omisos en sus necesidades básicas como proveerles de comida y agua limpia, un lugar adecuado para su estancia y descanso, hasta la falta de vacunación y por supuesto la esterilización para evitar el ciclo de abandono.

En este municipio, los perros callejeros son parte de un escenario sucio y triste que juega a la par con problemas de alcoholismo y violencia de la población.

No es raro ver en una situación de abandono desde un perro mestizo, hasta uno «de raza» como los Husky e incluso los Shar Pei que seguro fueron un hermoso regalo cuando fueron cachorros.

Nadie quiere ser bueno con los perros pues sería el primer paso para que te digan que te lo lleves a tu casa, que lo adoptes, y quien está consciente de lo que eso significa sabe que es una gran responsabilidad, pero así como hay personas que se compadecen de ellos también hay personas «justicieras» que creen que matando al perro el problema se acaba.

Fue justo en esta escuela donde en el año 2022, uno de los grupos de rescatadoras de animales de la región, recibió un reporte de que a los perros los envenenaban, pues se convertían en un problema de salud pública, sobre todo para los alumnos.

El abandono de los perros callejeros representa un problema de salud para la población, sus heces al secarse se volatizan y pueden ser causantes de infecciones estomacales, también las pulgas y garrapatas pueden generar problemas a la población y qué decir de alguna agresión física.