¡Quémenlo todo!

Leticia Villaseñor

Cuernavaca, Morelos; 8 de marzo de 2022. Andrea fue acosada por su maestro en la universidad; Leticia, madre de dos pequeños y maestra de secundaria lleva dos años desaparecida; Luisa fue víctima de feminicidio, Paola fue violada por un amigo de su padre; Cinthia ha emprendido una lucha sinfín por recuperar a su hijo, sustraído por su propio padre quien perdió la custodia; Lua fue despedida de la radio pública en la que trabajaba por su condición de mujer.

La historia, las historias comprendidas en las marchas del 8-M -en el marco del Día Internacional de las Mujeres-, se cuentan solas. Solo basta leer las pancartas, escuchar las consignas, entender la letra de la “Canción sin Miedo”, un himno de toda movilización de mujeres.

Pero la historia se repite, los años pasan, el hijo sustraído no está al lado de madre; la joven maestra no es localizada y a dos años de su desaparición no hay indicios de su paradero; la Universidad protege acosadores; la Fiscalía no considera la muerte violenta de una mujer como feminicidio.

El hartazgo, la desigualdad, la justicia ciega, sorda, muda y loca han llevado a las mujeres de cualquier edad, de cualquier estrato social, de cualquier ideología a tomar las calles. Por motivos similares, por motivos distintos.

El grito de justicia no viene solo, le acompañan consignas contra toda autoridad, contra el machismo, la misoginía. Salen a relucir martillos, marros, barretas, pasamontañas, botes de pintura en las manos diestras para escribir lo mismo un Te Amo, un Nos queremos vivas, un Fue el estado.

Hoy la capital morelense registró dos marchas. Una que salió pasadas las 3pm de la colonia La Carolina y arribó a la Plaza de Armas. Las organizadoras leyeron un pronunciamiento y los primeros baquetazos alertaron a propios ya extraños. Como en las batallas de antaño, Las integrantes de “Wamazo” fueron las que iniciaron la marcha para la guerra sin cuartel.

Detrás de ellas las víctimas indirectas de quienes tienen procesos abiertos, especialmente por desaparición, feminicidio y homicidio. El siguiente bloque, unas mil “morras” como ellas mismas se dicen, todas aquellas que han sido víctimas de violación, acoso, ciber acoso, desigualdad salarial, laboral, social, educativa, económica… y la lista sigue.

En medio el llamado “bloque negro” que no distingue si eres hombre, mujer, quimera, prensa, acosador, amigo, amiga o enemigo. Es el bloque que destruye, el que consuma la frase de “Quémenlo todo”, el bloque que arrasa.

Así arremten contra los edificios públicos, contra la unidad del ISSSTE, contra el restaurante de “Las Mañanitas”, a unos cuantos pasos de la clínica. Rompen flores, rompen vidrios, arrijan una bomba de humo, pintan las fachadas.

El bloque sigue su marcha con sus integrantes y acciones tan diversas como el universo de delitos que se han cometido contra ellas. Llega a la iglesia del Calvario y otro bloque se les une. La marcha se engrosa y se dirige a la vieja sede del Congreso del Estado. Una vez más el “bloque negro” ataca. Pero un edificio vacío y semidestruido por lo viejo, por el sismo del 17 y por el olvido “ya no es nota”.

Los tambores retumban de nuevo, advierten sobre su paso. La gente se arremolina celular en mano y casi involuntariamente se mueve al son de la batucada, casi como si fuera una fiesta. Pero los nombres de aquellas que no están sacuden a más de tres y hacen que de golpe se borre la sonrisa por el baile. Porque no es una fiesta. Es la manada que sale a advertir a la sociedad que no tolera más abusos, más muertes, más injusticias.

El contingente se ha dividido. La mitad llega a la Plaza de Armas, se acomoda y espera mientras lanza consignas. La otra mitad se convulsiona, rompe, arrastra, quema, provoca y ataca.

La sede del Ejecutivo está “herida” de nuevo. El humo de plástico quemándose provoca a más de cien ardor en los ojos, problemas para respirar. Solo el memorial de víctimas permanece casi intacto. Al medio centenar de fotografías que penden de él, algunas desde 2011, ahora le acompañan otras fotografías de más víctimas, consignas escritas con gis y decenas de cartulinas con los mensajes de las manifestantes.

Los hombres, segregados casi en su totalidad de la marcha, no pueden ni acercarse. La consigna de “Prensa no disparen”, aquí no aplica. Las periodistas que han dado voz a tantas víctimas ahora son atacadas. Una valla cae abruptamente y rasga la piel de una reportera quien sin reparar en el dolor de inmediato levanta la cámara para la imagen pero es atacada no sólo por las del “bloque negro”, sino por parte de la manada que pretende arrebatarle la cámara y le advierte que la golpeará. Tres sujetas más confirman su dicho…

Otro ataque aquí y allá para las periodistas que hacen la cobertura. No hay distingo, no hay “sororidad” con ellas, hay violencia porque “fuimos todas”.

Luego vienen los discursos, que en ese punto ya suenan incongruentes cuando se les oye decir que “si tocan a una, tocan a todas”, pero la agresión debe venir de un hombre, de un sistema, de una autoridad, porque si viene de una mujer a otra mujer ni siquiera cuenta.

A lo lejos se oyen más consignas. Son las de la otra marcha. El bloque que salió de la calle de los Maestros, en El Vergel, y que casual encontró a las diputadas del G8 en la sede del Legislativo y que, al menos Paola Cruz, no desaprovechó para proclamarse víctima de violencia política.

“Eso no me gustó”, dijo una mujer. “Me sentí utilizada”, comentó otra. “yo no voy a ser comparsa de nadie y avalar esta lucha, porque no le creo”, comentó otra más. Esta marcha, “la fresa”, la “ilegítima”, como la tildaron algunas, si bien tuvo consignas y demandas tan genuinas como “las de la otra marcha”, fue tibia, callada, con un número mucho menor a las dos mil almas que se congregaron en “la Carola”.

Su camino siguió hasta la sede del Poder Judicial y de ahí a la del Ejecutivo donde se toparon con sus “hermanas”. La recepción de la “banda” fue cálida, entre vivas, porras y abrazos. Las organizadoras de la “marcha ruda” apuraron los discursos de las víctimas, algunas que por primera vez se atrevieron a hablar de sus casos en público.

Otras más pintaban sobre papel craft, en el muro de la vergüenza, los nombres de aquellos que engendraron y se olvidaron de sus hijos.

La “marcha fresa” recuperó su sonido, prestado a sus hermanas, e inició su mitin que acabó en una velada a modo de homenaje para todas aquellas “que ya no están”.