La otra historia de Gaspar
Por Máximo Cerdio
Ciuernavaca, Morelos, México; 31 de mayo de 2021. Del vestidor abierto de los hombres salía una peste insoportable a orines, enfrente el de las mujeres estaba entrecerrado; empuje. La luz enferma de un día nublado fue entrando lentamente como una guadaña adentro del cuarto. Había unos trozos de madera y cartones regados por el piso. Conforme mi vista se fue acostumbrando a la oscuridad pude observar un cuerpo tirado en el piso. “Gaspar. Gaspar”, repetí, la persona que se encontraba acostado levantó el tronco y se sentó.
Tenía gorra con el logo de un águila, sudadera oscura y playera azul claro, zapatos sin calcetines y el cubreboca en la quijada. Olía a solvente; olía a tristeza y a enojo.
-Ahí está –me dijo Guadalupe, quien me acompañó al lugar donde se encontraba la persona que yo había ido a buscar.
Guadalupe regresó a seguir trabajando y me dejó con Gaspar, quien permaneció sentado, como los niños que aún no pueden caminar; la luz le daba en su tobillo. Sus ojos vidriosos no me seguían, estaban perdidos.
Le dije que iba yo a continuar con la plática, pero que en las condiciones en que se encontraba no podríamos hacerlo. Le pregunté, entonces, si necesitaba algo y comenzó a tentalear a su alrededor:
-Se me perdió mi Biblia –dijo en voz baja.
-¿Necesitas platicar con alguien?
-Quiero estar solo.
Yo salí de ese lugar, localizado en la calle San Jerónimo del barrio de Tlaltenango, antes le dejé un billete. Cerré la puerta. Mi idea era invitarlo desayunar en algún puesto de tacos o fonda cercanos y platicar.
Sentí una bola dentro del estómago, y me acordé de las muchas veces que acompañé a mis amigos a los anexos de alcohólicos o drogadictos: algunos con ataques epilépticos, otros completamente ajenos a todo; sentí que dentro de ese cuarto había algo que no dejaría salir Gaspar; algo que lo reclamaba para sí.
Fui a buscar a Guadalupe para platicar de la situación del muchacho, lo encontré a unos pasos de la cancha, en la parada de camiones sobre la avenida Emiliano Zapata, casi frente al Santuario de Tlaltenango y a unos metros de la iglesia de San Jerónimo.
Le dijo que sabía que meses atrás lo habían dado por muerto y que un empleado de la fiscalía le había avisado a los familiares de Gaspar para que fueran a identificarlo a la morgue de Temixco, y fueron, pero no quisieron recoger el cadáver.
Guadalupe Secundino Vera me contó también que es checador de rutas desde hace más de 20 años y que conocer a Gaspar desde hace más de una década.
“Sí, pues lo conocí chavo, ahorita debe tener como treinta. Siempre se la pasaba aquí. Antes que anduviera muy mal, algunos choferes se lo levaban en las rutas y lo andaban por horas ahí. Nosotros lo hemos ayudado siempre, le damos ropa, algunos pesos y yo durante un tiempo le compartía de mi comida que me hacían en mi casa. También acá en el barrio la gente lo ayuda, siempre lo ha ayudado, pero no entiende”.
El video
El 24 de este mes, Francisco, el portero de un edificio de la calle Jesús H. Preciado, en San Antón, me había dicho que Gaspar no había muerto, que su hija le había pasado un video donde se veía a Gaspar en la calle, que me lo mandaría por WatsApp. Por ahí de las 12 del día me lo envío y en efecto, se trataba de él, pero yo no podía asegurar que ese video hubiera sido fechado después de que se supo de su muerte o antes, así que pregunté entre los vecinos dónde lo podía encontrar y me respondieron que donde siempre.
Me dirigí al barrio de Tlaltenango, por los alrededores de las canchas, ahí me aseguraron que estaría.
“Estoy vivo”
Encontré a Gaspar el 24 de este mes, en la calle San Jerónimo, arrinconado en la banqueta de una papelería, al lado de una fonda en donde, me contaron, le regalan comida.
Se abrazaba asimismo. Tenía cubreboca, vestía una sudadera azul, playera blanca y una gorra oscura, pantalón holgado, ropa que evidentemente no era de su talla.
Le dije quién era yo y si podía platicar con él. Me sonrió y me preguntó qué quería.
Le pregunté si me daba una entrevista, porque yo había escrito meses antes que, de acuerdo con unas personas del barrio de San Antón, él o su cuerpo se encontraba en la morgue de la fiscalía de Temixco.
Gaspar me respondió “Según” y me dijo que sí quería platicar.
Su voz era suave, la velocidad de su conversación era lenta. Olía a alcohol o a activo.
Ahí Gaspar Carranza Núñez relató que estuvo por siete meses en un centro de rehabilitación de una iglesia llamada Alcance Victoria, en Jiutepec, y regresó hace 15 días.
En ese lugar le dieron donde vivir y lo alimentaron, durante todo este tiempo no probó ninguna droga.
También platicó que ahora vive dentro de las canchas y que trabaja haciendo mandados y auxiliando a los chóferes a acomodar sus autos o a salir.
Dijo que no va a regresar a San Antón porque luego luego lo jalan para drogarse y durante el tiempo que estuvo internado y en estos quince días no ha consumido nada de drogas.
Explicó que no ha visto a su compañera ni a sus hijos.
-Quiero decir que estoy vivo. Supe que andaban pidiendo dinero, que cobraban quince mil pesos, pero no estoy muerto, estoy vivo -explicó.
Sobre los rumores acerca de su muerte dijo:
“Hay un Dios que me está ayudado, y que él sabe que vaya donde vaya él va conmigo, y él sabe que él me ve y lo que voy a hacer al otro día, tengo el libro, pues, como dicen ahí, de la vida y de la maldad”.
Lo daban por muerto
Como oportunamente se consignó en la edición de esta casa editorial en el periódico del lunes 1 de marzo de este año, Natividad Buenos Aires, vecina de la calle Jesús H. Preciado en San Antón, relató que el cuerpo de Gaspar se encontraba en la morgue en el Servicio Médico Forenses de Temixco.
El viernes 19 de febrero una persona le comentó a un familiar de Natividad Buenos Aires, que Gaspar había fallecido hacía más de dos meses y que se encontraba en la morgue porque, aunque su familia identificó el cuerpo, los papás de Gaspar no habían querido ir a reclamarlo.
De acuerdo con testimonio de un checador de rutas, “amigo” de Gaspar, le contaron que el cuerpo del muchacho fue localizado en una esquina de una calle del barrio de Tlaltenango.
El martes 23 de febrero vecinos de San Antón pidieron cooperación económica para recuperar el cuerpo de Gaspar y llevarlo al crematorio o enterrarlo. No se los entregaron.
En la Fiscalía General del Estado de Morelos les exigieron que fueran al menos dos familiares para que les dieran los restos: había una carpeta de investigación por muerte violenta y era imposible darlo a quienes no tenían ningún parentesco.
En San Antón, barrio donde creció, Gaspar era un muchacho que desde niño andaba drogado, siempre con un pedazo de estopa en la mano, oliendo solvente.
Cuando se supo de su “muerte”, mucha gente dijo que sólo así terminaría de sufrir.
Pero Gaspar Carranza Núñez no está muerto, si su cuerpo resiste se levantará del suelo y buscará más droga para evitar el síndrome de la abstinencia o para regresar al estado en que ha andado casi toda su vida.