Un chilango por Morelos . De cómo aprendí semiótica en Tlaltizapán
Un chilango por Morelos
De cómo aprendí semiótica en Tlaltizapán
Por Gabriel Páramo
I
Tlaltizapán, cabecera del municipio del mismo nombre en el centro-sur de Morelos es una población muy querida para mí. No es particularmente bonita, aunque la iglesia de San Miguel es interesante, pero en toda ella la historia está presente. El cuartel general de Zapata, ahora museo; la tumba a los jefes zapatistas que muestra que los agraristas eran mucho mejor ideólogos y militares que arquitectos; el zocalito con el monumento que recuerda los asesinados por los carrancistas el 13 de agosto de 1916 en una muestra de crueldad y cobardía.
En Tlaltizapán, precisamente, hace ya varios años se dio uno de los sucesos más extraños y fascinantes de mi carrera como docente. Un amigo me invitó a dar un curso a los policías municipales del lugar. No recuerdo bien los pormenores, pero llegamos a la conclusión de que sería muy buena idea hablar de semiótica a un grupo de hombres de evidente extracción campesina, con pocos estudios formales y acostumbrados a la acción, si bien fue antes de que la violencia se desatara como ocurriría años después.
II
La semiótica, que es la ciencia que estudia los sistemas de significación que funcionan en la vida social siempre ha sido una asignación ingrata entre mis estudiantes universitarios. La consideran difícil, no les gusta, no suelen aprender gran cosa porque la rechazan de entrada. Los policías municipales, por el contrario, no tenían ningún prejuicio en general contra la materia en sí, aunque, evidentemente, sí varios contra el chilango que iba a dar el curso, a pesar de que lo conocían y lo relacionaban con una de las familias de mucho tiempo de Tlaltizapán, de las que se remontan a antes de la Revolución y pelearon junto al Jefe.
Empecé a ver, cuando me di cuenta de que solo me escuchaban por quienes yo conocía, que tal vez los policías sabían mucho más de semiótica de lo que yo creía. Empezamos a hablar de cómo son las demás personas (porque el infierno son los otros) y porqué los chilangos son tan prepotentes. Me explicaron que siempre llegan a Tlaltizapán sintiéndose superiores, que son prepotentes, que ven a todos hacia abajo. Tuve que reconocer que, desgraciadamente, es así, aunque como embajador autonombrado de buena voluntad no iba a reconocerlo.
III
Entonces, se presentó la oportunidad de aclarar algunos puntos. “Siempre llegan y te dicen jefe”, me dijo uno policía visiblemente molesto. “¿Y eso por qué le molesta tanto?”, –le pregunté. Me explicó que le parecía una falta de respecto y, sobre todo, una burla. Expliqué que, para los chilangos, “jefe” en realidad es un término informal, más o menos de respeto, que se utiliza con los policías (y otras personas). “No, es burla”, insistían. “No solo nos dicen jefe, sino ahí muere”.
No sé aún si las palabras eran precisas, si se trataba de algo de la entonación, de la mirada, pero ese “ahí muere” les molestaba. “Pues si quieren que ahí muera, que se atengan a las consecuencias”; me dijo uno de ellos. Me costó bastante trabajo que, para un chilango, “ahí muere”, lejos de ser una expresión beligerante, se usa para contener, para desescalar una situación potencialmente violenta. “Ahí muere, jefe”, quiere decir para nosotros que hay que empezar de nuevo, que terminemos las cosas. “Ahí muere, jefe, vamos a arreglarnos”, es una invitación a negociar que muchas veces, pero no siempre ni necesariamente, implica corrupción.
IV
No sé si convencí a los policías, pero sí que hice amigos entre ellos que, con el paso de los años, me siguen recordando y en algunas ocasiones, han tenido gestos de amabilidad conmigo que, lo sé, no suelen prodigar a los chilangos.
Por cierto, no son esas las únicas expresiones radicalmente diferentes que me tocó conocer en Tlaltizapán. Otra fue el “pasó a traer” que una amiga empleaba por teléfono con el ajustador de seguros, luego de un accidente. Ella le decía que otro auto “los pasó a traer”, cada vez más alterada, hasta que me di cuenta de que no le estaban entendiendo. Le quité el teléfono y le dije al de los seguros: “otro coche nos pegó”. Ya después, entre risas, ella entendió que estaba usando una expresión de Morelos.
V
Igual me pasó con “la perra cuzca” que se comió el mole de una fiesta, y que significaba antojadiza (y no otra cosa), la pobre señora “huila”, que para mí era lo mismo de lo que se acusaba a la antojadiza perra y no coja, el “fulano es muy valemadre” por despreocupado y no en el sentido chilango, los urracos que a mí me parecen urracas, las godornices que yo conozco como codornices y la muy relajada interpretación del tiempo, la puntualidad y los horarios.
En fin, lo que aprendí es que la semiótica, como tantas otras disciplinas, se aprende y es útil cuando se emplea en situaciones reales y no se queda en las aulas.
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Gabriel Páramo es articulista, ensayista, escritor y periodista.