Ave de Paraíso

– Cuento –

Aquí tiene doctor, gracias por acompañarnos en nuestra celebración, y extendió la mano la licenciada Larissa y su esposo, Luis; festejados esa tarde entregando el tradicional recuerdo de la celebración.

– ¡Qué bonita flor!-, dijo la maestra

– Es una ave del paraíso-, contestó el doctor a su esposa.

Estaban contentos, habían acudido a celebrar un aniversario de bodas de un par de amigos, y la bohemia comenzaba y la celebración amenazaba con prolongarse. Así en entre risas y tintineos de los vasos la bohemia se prolongó. La maestra siempre serena y elocuente disfrutaba la velada.

– ¿Te quieres ir ya?-, preguntó el doctor quien acomodó sus cosas de la mesa para proceder a retirarse.

– ¡Mi planta!-, exclamó el doctor y regresó a la mesa, donde aguardaba el obsequio. Sonriendo alcanzó a su esposa y caminaron juntos al coche. En unos minutos cruzaron la ciudad y a pesar de que no era muy noche todo lucía tranquilo

– ¿Dónde la vas a poner?-, preguntó la maestra acerca de la flor y el doctor esbozó una sonrisa. Ella conocía muy bien esa sonrisa que implicaba un intempestivo actuar con los obsequios que recibía

– ¿Te acuerdas del arreglo que nos dieron en la boda de tu prima?-, le dijo el doctor a su esposa.

– No pensarás ir a dejar la flor como aquella vez al altar del condominio ¿verdad?-, ya es un poco tarde y mis papás nos esperan para recoger al pequeño.

El doctor apresuró la marcha del vehículo y en unos minutos llegaron a casa de sus padres de la maestra y no hubo necesidad de tocar el timbre, la puerta estaba abierta y en el pasillo Don Alejandro jalaba una bolsa con maleza para llevarla al depósito de desechos.

– Le ayudo-, dijo el doctor quien con la flor en mano cruzo el pasillo para ayudarle a su suegro.

– Tenga-, extendiendo la mano y entregó el obsequio a su suegro quien lo recibió con una sonrisa.

– ¿Qué tal estuvo la fiesta?

– Buena-, dijo la maestra quien cruzó el pasillo y entró por el pequeño Francisco, y al cabo de unos minutos salió nuevamente al coche.

– ¡Nos vemos luego, suegro!-, dijo el doctor agitando la mano.

Al llegar a su casa, el doctor cargó al pequeño y la maestra tomó sus cosas.

– No encontré tu planta que te dieron en la fiesta -, el doctor sonrió y le dijo:

– Se la regalé a tu papá –

 

El tiempo camina sin detenerse. Habían pasado varias semanas y con el calor primaveral en el sur el domingo fue un buen pretexto para reunirse en torno a la mesa,

– Vamos a ir a comer con mis papás-, dijo la maestra, así entre risas y charlas la comida dominical fue un gran pretexto para afianzar la relación familiar, al atardecer ya para comenzar a despedirse, Don Alex como le decían de cariño, empezó alzar las sillas que se habían utilizado para la comida en el patio y el doctor le ayudó a llevarlas al lugar donde las guardaba, de regreso pasaron por el pequeño jardín que su suegro tenía.

– ¡Qué bonita flor!-, dijo el doctor señalando la hermosa planta que con el calor primaveral mostraba su esplendor.

-Es un ave del paraíso, tú me la regalaste, ¿no te acuerdas?-, le dijo al doctor.

– ¡Para que vea suegro!-

Así, sucedían los encuentros en casa de sus suegros: un cumpleaños, una visita esporádica, el regreso de un familiar, así el patio se convertía en centro de reunión para los festivos encuentros y el jardincito se erguía esplendoroso al cuidado que le empeñaba Don Alex, la naturaleza, los cuidados y el clima del sur hicieron que la planta no solo se asentara sino que ampliara su belleza.

Una tarde Don Alex murió, no pudo sortear el mal pandémico que azotó al mundo en el año del Covid, primero la despedida dolorosa y la posterior resignación fueron transcurriendo las semanas, el invierno estaba por concluir dando paso ya al calorcito del sur. Doña Lourdes, mamá de la maestra, y ahora viuda, le pidió a Francisco, su nieto, que por favor regara las plantas, el pequeño tomó la manguera y el doctor lo observó.

– Primero hay que limpiar la maleza de las plantas-, le dijo a su hijo. Anda ve por el machete y las tijeras. La tarde cayó y el anochecer se iluminó con la luna.

– ¡Mira!-, dijo su hijo al doctor, esta planta tiene hojas de colores ¡se llama ave de paraíso!, dijo el doctor quien agachado terminaba de limpiar la maleza del jardincito, pronto se unió la maestra y su mamá, y una brisa nocturnal envolvió el ambiente creando una atmósfera nostálgica, cuando el doctor cortó tres hermosas flores de la planta soltó un susurro de palabras.

– ¿Qué le dijiste papá?-, preguntó el incipiente joven a su padre.

– A las plantas se les habla con cariño-, dijo el doctor, y procedió a entregar las flores a la maestra quien a su vez se las llevó a su mamá.

– Llévenselas ustedes, póngalas en un florero-

Esa noche al regresar a casa, el doctor tomó las flores, preparó el florero y las colocó en su altar, encendió una veladora y en un diálogo silencioso agradeció los bellos y agradables momentos de convivencia con su suegro en los años vividos, suspiró y soltó:

¡Gracias por las flores!

 

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Roberto de la Paz, es profesor de educación básica, promotor de la lectura, apasionado de los libros y un sureño ejemplar, por cierto, #YaLeyó ?