Dedican ofrenda a 10 jóvenes asesinados de manera trágica

Leticia Villaseñor

Cuernavaca, Morelos; 1 de noviembre de 2020. “Yo no debería estar aquí… estoy aquí siendo inocente y exijo justicia”, se lee en una de las 10 “criptas” dispuestas en la glorieta que señala el inicio de la colonia Antonio Barona de Cuernavaca.

Es 28 de octubre y de acuerdo a las tradiciones de Día de Muertos, hoy se coloca una ofrenda a quienes murieron de forma trágica, lo más común es escuchar decir que hoy es la ofrenda de ‘los matados’.

Un manto de flores flanqueado por veladoras simula el camino que las almas de las víctimas deben recorrer para llegar al altar donde están dispuestos los alimentos de su preferencia: papas en salsa verde, rodajas de sandía, tunas, tacos al pastor, cervezas, cigarros, pan de muerto y especialmente frituras, las preferidas de los jóvenes.
Las imágenes de las 10 víctimas mortales de la masacre perpetrada en la popular colonia la noche del pasado 1 de septiembre, sobresalen entre el papel picado, los alimentos, las veladoras y los pétalos de flores. A modo de bienvenida, dos lonas exponen los rostros de quienes ya no están en el plano terrenal acompañados de sus nombres: Dieguito de 15 años, Oscar de 21, Shere de 25, Víctor de 31, Rubrián de 27, Lalo de 21, Arturo de 15, Pollito de 18, Dany de 16 y Alex de 18, con un moño negro en señal de luto. “Si la justicia existe, tiene que ser para todos, nadie puede quedar excluido de lo contrario ya no será justicia”, se lee justo en medio.
El olor a cempasúchil inunda el ambiente, pero principalmente la tristeza, el enojo, la inseguridad y el vacío de la ausencia se percibe en el lugar, donde algunos familiares y amigos dan los últimos detalles a la ofrenda colocada en honor a las víctimas, en el día en que en México se disponen estos altares en memoria a aquellos cuyas vidas fueron arrebatadas de manera violenta.
El recuerdo del ataque perpetrado por un comando armado en la zona se hace presente. Aquella noche del 1 de septiembre, decenas de personas se reunieron en torno a un domicilio de la avenida Lázaro Cárdenas para presentar sus respetos por la muerte abrupta de Arath Emiliano, un joven de apenas 17 años quien murió en un percance en su motocicleta en el Paso Exprés.
Varios jóvenes, amigos de “La Chulada”, como era conocido Arath, fueron a despedirlo acompañados por sus padres o hermanos cuando las balas surcaron la noche e hicieron blanco en al menos 23 personas, ocho de ellas murieron en el sitio, dos más en los días subsecuentes.
“Esta ofrenda se la dedicamos al gobernador Cuauhtémoc Blanco y al inútil que tiene en seguridad –José Antonio Ortiz Guarneros-, a ver si así reacciona”, se oye decir a un señor entrado en años que recorre el memorial celular en mano, “y no me importa que le cale, le seguiré diciendo sus verdades al gobernador”, dice al aire.
El lugar está prácticamente desierto, la muchedumbre está reunida en la iglesia local, ubicada a unas cuadras del mercado municipal, donde varios carros de carga fueron adornados con motivo del Día de Muertos, una de las festividades ancestrales más importantes en el país. También una caravana de autos compactos, camionetas y carrozas fúnebres integran el grueso de la caravana. Al final, medio millar de personas van a pie con veladoras.
Recorren varias cuadras hasta llegar a la esquina de Vicente Guerrero y la avenida Lázaro Cárdenas, ahí donde la 10 vida de personas fueron segadas. La parada de autobús está rodeada de cruces hechas con flores naranjas y rojas y veladoras encendidas, justo enfrente hay otro pequeño altar y detrás la casa de Arath.
Los nombres de los asesinados retumban en medio de la noche que cayó por sorpresa, apenas son las 6:30 pm y las luces de las veladoras brillan en la oscuridad. El número 22 se hace presente en las manos de varios jovencitos, es el número con el que jugaba futbol Dieguito. El grito de justicia retumba en varias calles donde hacen escala. Varios vecinos se unieron a su demanda desde la puerta de su casa, donde colocaron una mesa con veladoras encendidas y flores amarillas y rojas, típicas de la temporada.
La marcha sigue su camino y en medio de un caos vehicular llega hasta la ofrenda. Los padres, hermanos o hijos, en su caso, portan lonas con los rostros de las víctimas, con camisetas impresas con la imagen de su ser querido y frases que les dan aliento. De nuevo los nombres de cada uno de ellos rompe el silencio de la noche.
Las pequeñas lonas son colocadas en la ofrenda y las lágrimas inundan los rostros de propios y extraños cuando suena la melodía de “Recuérdame” de la película americana “Coco”, que va acompañada de un video proyectado sobre la parte posterior de las lonas colgadas en la glorieta.
El sentimiento contenido 57 días después de la masacre se hace presente, todos los rostros están empapados por las lágrimas, contraídos por el dolor. La mamá de uno de los jovencitos sonríe al fin cuando ve a su hijo en las imágenes y lo saluda con la mano a sabiendas que el gesto nunca más será respondido, pero contagia su entusiasmo a quienes están cerca de ella.
Daniel Jiménez, padre de Dany, toma el micrófono y pide un minuto de aplausos, de nuevo el video se proyecta y las lágrimas se combinan con el aplauso dado al deportista, al trabajador, a la taxista, a la madre, al padre, a las víctimas cuyas vidas fueron arrancadas por el clima de violencia que priva en la entidad desde hace más de una década.
Le sigue en el turno de hablar Diego Miranda, papá de Dieguito, quien exige a los políticos que se aparecieron en la protesta, como los diputados locales Alejandra Flores, José Casas y al diputado federal Daniel Martínez Terrazas, intervengan para que la Fiscalía General del Estado les dé informes sobre el curso de la investigación.
“El fiscal –Uriel Carmona Gándara-, nos asegura que ya tiene identificados a quienes mataron a nuestros hijos, pero sólo nos dice eso, no nos da detalle alguno”, recrimina, exigencia que es secundada por el resto de familiares.
El acto termina con una breve reunión privada con los funcionarios mientras los asistentes se reintegran poco a poco a su vida habitual, en tanto el recuerdo de la noche del 1 de septiembre se difumina en el ambiente.