Una hora con veinte
Yesenia Daniel
Jojutla, Morelos, 13 de julio de 2020. La cárcel distrital de Jojutla es una mini ciudad, parece el ruedo de una plaza de toros de dos pisos con miniceldas en donde duermen hasta seis personas, cuatro camas una sobre otra y dos en el piso, “en otros lugares está peor porque hay hasta diez hombres en una celda y unos duermen parados, aquí está bien”, dice Héctor, un recluso con apariencia de 50 años que trabaja en la elaboración de una caja para juguetes, lejos de donde tres poetas leen para liberarlos por poco más de una hora del encierro de sus culpas.
En el brazo de Héctor se alcanza a distinguir el tatuaje de una diablita con escultural figura y pose sexy, los brazos de Héctor sujetan la caja que da vueltas como dado en sus blancas manos con pellejos de pegamento, a la caja le faltan las patas del personaje winnie pooh, es un trabajo en relieve con un material que se parece al triplay, algún compañero le enseñó este oficio y ahora gana unos pesos por este trabajo, lleva 10 años en Jojutla y no de la manera que él quisiera, no tiene la libertad de ir a donde él quiera por haber participado en el robo de una casa de cambio, “son las vacaciones más largas de mi vida”, comenta. Sobra decir que la tristeza y arrepentimiento se asoma en sus ojos, como los de la mayoría de quienes están en este lugar ya por muchos años, ajenos con lo que pasa en su rededor, hastiados del encierro.
Contrario a la apariencia hostil que tiene la cárcel en su entrada, -un portón negro, paredes de cemento gris, polvorienta-, la cárcel y sus habitantes son un explosión de color: sus uniformes son amarillo canario y la cárcel es azul cielo; es sábado, día de visita familiar y hay niños y bebés como si fuera éste un centro recreativo de cemento. Hay mesas de plástico y sillas también en donde están las familias, el patrón es el mismo en todas las mesas: una o más personas de playera roja y un hombre con el uniforme amarillo; se ven muy entretenidos aprovechando cada minuto de la visita explicando procesos judiciales, platicando, acariciándose, llorando, reclamando con la mirada en un encuentro sin palabras.
UNA MARIPOSA Y DOS POETAS
A las dos en punto se abre la última puerta del filtro para entrar a la cárcel, sorprendidos entran los tres poetas y dos reporteras, entonces la atención se centra en el grupo de extraños que llegó con el director de la cárcel, Eduardo Moisés Rojas Reséndiz, el grupo se mueve esperando que su presencia se confunda con el ajetreo del día de visita. El director de la cárcel pregunta dónde quieren sentarse, los poetas responden que en un lugar donde no pegue el sol, la zona sur usualmente tiene una temperatura arriba de los 30 grados centígrados. Los reclusos desconocían de esta actividad y no hay nada preparado.
Sentados en una mesa que da la apariencia de presídium, cerca de las escaleras al segundo nivel, el director hace la presentación pero ya desde que llegaron, la gente que estaba arriba recarga la mitad del cuerpo sobre la barda del segundo piso asomándose para ver qué trajo al grupo de extraños a la cárcel, la mayoría entrelaza sus manos y éstas cuelgan en el espacio, se forma entonces una especie de exposición de tatuajes.
La lectura la inicia Mariposa Valladares, su voz va de menos a más, a veces es interrumpida por los reos vendedores que ofrecen productos o servicios en este día de visita, hay desde los que se ofrecen cómo meseros, limpian las mesas, llevan y traen comida, también están los que venden donas, jugos, comida, pizza, o lo que han hecho en los talleres como bolsas, pequeños muebles de madera, artesanías, pulseras de hilo y muchas otras cosas.
“¿Qué pasaría con las uvas si no hubiera ebrios en la tierra?
En la sed infinita de los ebrios, dejaste caer, niña tus primeras lágrimas…”,
Seis antipoemas breves en voz de su autora, Mariposa Valladares.
La lectura dura una hora y 20 minutos y a pesar del transcurrir del tiempo, la atención hacia los poetas no termina, algunos escuchan desde las celdas y otros de plano se encierran en su propia lectura, de la biblia por ejemplo.
LA FUGA DEL CHAPO EN SU VERSIÓN ANTICIPADA
De pura casualidad el sábado, Máximo Cerdio, leyó un poema al Chapo: Había una vez un hombre malo llamado Archivaldo, del libro Lugar de Hechos; seguramente al Chapo le zumbaron los oídos en el momento en que preparaba su segunda fuga del penal federal del Altiplano 1 por un túnel de más de un kilómetro, y si, la televisión repetía la noticia como un enfermo mental al final de ese día.
“La televisión como un enfermo mental repite una y mil veces
la captura del jefe de jefes.
Hay 666 pruebas que demuestran de manera indubitable
que la persona que se capturó el sábado 22 de febrero de 2014
en un departamento de Suites Miramar, en la ciudad de Mazatlán, Sinaloa,
corresponde a Joaquín Archivaldo Guzmán Loera alías El Chapo Guzmán…”.
El más joven, Emmanuel Ruíz, leyó de su autoría Cuando un cerillo no se apaga,
“…Cuando tus labios se disuelven en la madera, y en los picos de las golondrinas haya montones de tierra caliente (un cerillo no se apaga si antes encendió una vela)….”
La última lectura animó a Miriam, reclusa del área femenil, a leer un poema de Mariposa Valladares; ella asiste al taller de poesía que se abrió luego de la inauguración de la Biblioteca “Libertad en letras”, hace más de un mes como parte de un esfuerzo entre un ciudadano y el gobierno local para llevar libros a los reclusos.
Como si hubiesen sido juzgados y sentenciados también, los libros permanecen aprisionados tras las rejas de la biblioteca, a oscuras, recibiendo la visita de los lectores solo cuando son solicitados.
El director de la cárcel destaca que desde hace un año aproximadamente en esta cárcel ya no hay autogobierno y eso se logró gracias a que enviaron reos de alta peligrosidad a otros centros penitenciarios, sin embargo en este lugar existen personas que aún no han sido sentenciados por su probable participación en delitos de alto impacto como delincuencia organizada y secuestro, entre estos casos sobresale el de seis personas capturadas en flagrancia en posesión de cuchillos y hachas y la localización de dos personas descuartizadas, a pesar de los indicios en donde se presumía su presunta participación en la comisión del delito, no se les ha dado sentencia.
Héctor, termina su juguetero, sin que yo le pregunte se adelanta a excusar que su familia no lo visita seguido, solo cada dos meses, él es del Estado de México; en 2005 regresaba de Tijuana, se juntó con cuatro amigos y terminó cayéndose de borracho por eso dice que no se dio cuenta de lo que pasó –y recalca “ahí está en mí declaración”-, que cuando sus amigos de farra asaltaron la casa de cambio en Cuautla, él no pudo correr, que como destino tenían el parque acuático “El Rollo”; fue el único que agarró la policía y a pesar de que sus compinches se declararon culpables, Héctor fue el único que piso la cárcel porque no pudo pagar el abogado que en ese entonces le cobraba 75 mil pesos para defenderlo. Su condena por robo fue de 17 años y medio, de los cuales ya lleva 10 y el botín de aquel día del que no le tocó nada fue de 500 mil pesos. Lo primero que me dijo antes de contar un poco de su historia es que estaba contento porque la semana pasada un abogado de la Defensoría Pública lo ayudaría en su proceso.
Esta crónica fue publicada originalmente el 13 de julio de 2015 para el periódico El Regional del Sur, en Cuernavaca, Morelos, México.