Geometrías de Luz. Cinco elementos-Cinco sentidos. Ernesto Ríos y la pregunta sobre la representación

 

Por Gustavo Garibay

(Texto y fotos)

 

“El conocimiento demuestra que la geometría es el discernimiento de lo eterno”

Platón, La República.

«El hacer (poiesis) y el obrar (praxis) son cosas diferentes (…) Todo arte (tekné) tiene por objeto traer algo a la existencia, es decir, que producra por medis técnicos y consideraciones teóricas que venga a ser alguna de las cosas que admiten tanto ser como no ser, y cuyo principio está en el que produce y no en lo producido.» 

Aristóteles, Etica Nicomaquea

Trazos

Geometrías de Luz. Cinco elementos-Cinco sentidos, de Ernesto Ríos (Cuernavaca 1975), primer latinoamericano ganador del premio internacional de Artes Visuales “Siemens-RMIT Fine Art Scholarship Award” en (2010), es una instalación de cinco esculturas lumínicas sobre los cinco sólidos platónicos (Tetraedro- fuego, Octaedro-aire, Dodecaedro-éter y el Icosaedro-agua). Ríos resolvió la representación de la geometría plana a partir del volumen que otorga el alto relieve o estructuración que hizo a partir de la quinta pieza, el cubo (hexaedro-tierra). Su sección o corte simétrico y complementación ocurre desde lo físico y lo óptico mediante la proyección del espejo que contra otro espejo proyecta una alusión geométrica a lo infinito, a lo tangible y a lo real como fenómenos del pensamiento y la materia. Es así como el autor nos ofrece, desde la transdisciplina, una mirada impecable acerca de los cinco sólidos platónicos, su representación material y simbólica a través de metáforas visuales y la creación de atmósferas a partir de esencias y texturas, experiencias que nos encuentran con la proyección-introyección de lo real y lo aparente. ¿Uno crea a los espacios o los espacios nos crean a nosotros?

 

Proelgómenos

Durante siglos, el pensamiento filosófico, místico-religioso -y después la ciencia-, ha buscado descifrar y explicar el origen de todo cuanto es, saber cuál es la energía que anima y constituye la totalidad del universo, indagar sobre los misterios de la existencia, interrogarse por el ser, para comprender el orden y el sentido de las cosas, descubrir la sustancia y la forma de la naturaleza, esa suerte de ADN y geometría sagrada que forma patrones y está presente en organismos  y minerales, o mejor dicho en todos los estados de la materia. Esa arquitectura integra el contenido y la forma de todo cuanto es. No hay nada inteligible o que seamos capaces de comprender si no corresponde a esa suerte de descubrimiento del código y la gramática de la creación, una ventana al infinito como en El Aleph de Borges. 

No es extraño que Geometrías de Luz nos lleve por estos senderos de la historia del pensamiento. En las exposiciones de Ernesto Ríos siempre prevalece una calidad visual, relacionada con el conocimiento y la construcción de percepciones, a manera de fenómenos físicos y a partir de los efectos psicológicos en él como creador pero que también busca provocar en el espectador, al que se aproxima a través de una estética y una pedagogía resueltas en temas universales que van de los laberintos a las constelaciones, desde una concepción integradora de artista-científico mediante el conocimiento y aplicación de las matemáticas, la ingeniería y las tecnologías. Además de su pasión por la literatura y la filosofía, eso último es el resultado de su formación académica como Maestro en Telecomunicaciones Interactivas por la Universidad de Nueva York y como Dr. (PhD) en Artes Visuales y Multimedia por la Universidad Royal Melbourne Institute of Techonology, Australia.

 

La obra de Ríos cuyo desplazamiento conceptual se desliza entre Euclides y Platón, es una oportunidad para repensar nuestras formas de comprensión y de representación de lo real y lo ideal, herencia del pensamiento griego. Desde las matemáticas a la lengua, a través de símbolos, teoremas, de manera algebraica o aritmética, en proposiciones de verdad o en sofismas -también en falacias-, la humanidad ha construido narrativas y métodos de explicación a partir de la representación de sombras como nos lo reveló Platón en su teoría de las ideas, pero también  en imágenes, signos y garabatos rupestres, como nos lo ha contado Werner Herzog en su extraordinaria película La cueva de los sueños olvidados (2010), sobre las pinturas rupestres de Chauvet, Francia. Los lenguajes de los que ha precisado cada modelo de civilización que ha creado la humanidad, son la suma de narraciones y tradiciones que -a la mirada-, en la biblioteca o en el laboratorio, lo mismo a través del microscopio que del telescopio, en el devenir infinitamente pequeño de nuestras existencias, en lo parsimonioso de la vida cotidiana. 

 

Pero eso no siempre fue así. En el siglo XVI, una de las preguntas que inauguró el llamado pensamiento moderno partía de la necesidad de saber cómo es que conocemos, es decir cómo y a partir de qué herramientas intelectuales somos capaces de saber, conocer, explicar, representar e interpretar la realidad de manera verdadera y objetiva. No significa que los antiguos –griegos, mexicanos, chinos, colonizados y colonizadores –“bárbaros” y “civilizados”-, no se hayan interrogado antes por la existencia misma o el ser de las cosas, su naturaleza, origen, destino y sentido. O acerca de la belleza y la virtud. Las respuestas las fueron dando las matemáticas, desde la antigüedad hasta el Renacimiento, la Modernidad y hasta nuestros días. A la búsqueda del ideal de belleza a partir de la proporción áurea o número de oro -que durante siglos han buscado con obsesión grandes artistas -Leonardo, Velázquez o Dalí, por ejemplo-, también se asoció a la búsqueda de la virtud, el bien, la verdad y la justicia -mismas que fueron reflexionadas por filósofos como Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro, Spinoza, Nietzche, Heidegger y hace casi dos décadas Umberto Eco. O a partir de que Alessandro Baricco reescribió la Ilíada (2004), descubrimos pudorosos que la guerra es otra belleza Sin ética no hay estética y viceversa, parecen decirnos nuestros ideales y valores estéticos y éticos de larga duración. 

 

 Son innumerables las obras del pensamiento, de allá y de aquí, que nos dan referencia sobre las formas cotidianas y excepcionales de conocimiento o saber, con sus cargas morales, éticas, estéticas, políticas o ideológicas. Ciertamente, algunas de ellas transliteradas y enriquecidas desde las lenguas francas o dominantes por el triunfo de un pueblo sobre otro; naciones enteras que han sido llevadas y traídas con sus patrimonios y sus memorias vivas, del centro a la periferia, con sus historias totales, desde una visión de bronce con el brillo moralino de héroes y villanos. 

 

Por citar algunos ejemplos de esta sucesión de narrativas, de eso van obras de babilonios, egipcios, hebreos, árabes, chinos, indios, griegos, latinos y castellanos; del Enûma Elish al Libro de los muertos a la Biblia y el Corán, del I Ching al Bhagavad-gītā, de Homero, Platón y Aristóteles, a Cicerón y Virgilio, pero también de Maimónides a Cervantes y, ya en América, de los huehuetlatolli, coloquios o diálogos de los nahuas, la poesía de Netzahualcóyotl, y el Códice Florentino, o el Códice de La Cruz de Juan Badiano, derivado de la Historia de las Plantas de Nueva España, escrita entre 1571 y 1576 en Oaxtepec por Francisco Hernández, protomédico de Felipe II. Todas estas obras, constituyen una revelación acerca de lo sagrado, profano, físico, místico y natural del ser, las palabras y el orden de las cosas. En su libro Las palabras y las cosas, Michel Foucault dice que  “Los discursos de los antiguos son la imagen de lo que enuncian; si tienen para nosotros el valor de un signo es porque, en el fondo de su ser, y por la luz que no deja de atravesarlos desde su nacimiento, se ajustan a las cosas mismas, en forma de espejo y de emulación; son con respecto a la verdad eterna lo que estos signos a los secretos de la naturaleza (son la marca por descifrar de esta palabra); tienen, con las cosas que develan, una afinidad intemporal.” Cuando narramos, habla la tradición. ¿Desde cuándo somos una conversación? 

 

La historia y la teoría del conocimiento, su estudio y problematización desde la epistemología, nos hablan acerca del largo camino sobre lo que humanamente nos ha ocupado para hacer del mundo la representación de una voluntad, subjetiva, parcial, pretendidamente objetiva, pero muchas veces poderosamente instalada como paradigma a partir de consensos científicos, políticos, económicos y culturales. ¿Cómo el hombre llegó a saberse una especie capaz de conocer su propia existencia-naturaleza-condición?, y más precisamente ¿cómo asumimos el conocimiento desde la racionalidad y la experiencia? En 1623, en su obra El Ensayador, Galileo Galilei planteaba que “La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, (…) el universo, pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres con que está escrito. Está escrito en lengua matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un obscuro laberinto.”

Siguiendo la máxima del astrónomo y matemático alemán, Johannes Kepler, sobre aquello de que “Las leyes de la naturaleza no son más que los pensamientos matemáticos de Dios”, la instalación de Ernesto Ríos nos invita, desde esa caverna neoplatónica de formas y figuras luminiscentes -sus espejismos-, a repensar la pregunta de si existe un orden de lo sagrado en lo natural, para darnos una respuesta personal-subjetiva-íntima de cómo es que llegamos a saberlo, como alguna vez se lo preguntaron los modernos René Descartes, padre del racionalismo francés, y David Hume, padre del empirismo inglés. ¿Conocemos por la razón o por la experiencia? La respuesta no es inmediata. ¿Dónde queda la intuición?

 

Geometrías de Luz. Cinco elementos-Cinco sentidos, es una propuesta que desde el arte contemporáneo, nos hace volver a ver aquellos valores de la figuración y la forma, objetividad-belleza, desde la geometría, sobre los que se erigió la estética de la modernidad y sus distintas corrientes artísticas, en contraposición a los discursos estéticos de la llamada posmodernidad, en donde pareciera que prevalecen la deconstrucción, la fractalidad y la posverdad; es decir a la pregunta sobre el problema de la representación, sus metáforas, sus metonimias, sus descripciones directas y sus ecuaciones verbales. 

 

Después de siglos, más allá de las distancias educativas que existen entre la población, nuestra mirada es de manera inevitable un régimen que observa con agudeza para descifrar y analizar, pero también para interpretar, el paisaje y la melancolía contenida en él, la vibración del azul en un cuadro de van Gogh o el tiempo en un cuadro de Velázquez, la repetición y la discontinuidad para la orquestación del silencio en la música, el vacío en la poesía, la construcción del espacio en la danza, la forma y la irregularidad, la línea y la curva, la frecuencia y la arritmia cardiacas, el átomo y sus partículas, un grano de arena y un planeta, la luz del sol y la explosión multicolor del gas de una nebulosa, la galaxia y el universo, pensar en luz y en obscuridad, en energía y en masa, en materia y antimateria. Ni el pensamiento binario ni el maniqueísmo son ya suficientes para abarcar la anchura de esa vastedad del conocimiento y su paradójica hiperespecialización. Ahora podemos decir, no sin el sobresalto de los puristas, que solo seremos capaces de comprender lo que ocurre en la realidad -sus artificios morales, políticos, sociales, naturales, subatómicos-, desde la perspectiva crítica de esa complejidad de los sistemas de todo cuanto es. Y para esto, los modelos matemáticos y la ciencia de datos (Bigdata y Metadata) que, como en este caso, el arte mismo nos permite acercarnos a los laberintos subjetivos no solo de como sabemos las cosas sino de cómo comprendemos e interpretamos su representación. 

 

Perspectivas

La posmodernidad nos ha resituado, pues hemos transitado de los lenguajes de lo analógico -que entrama semejanza y continuidad-, a lo digital –que articula y permite esa complejidad para el funcionamiento de todo cuanto se relaciona-. Para la ciencia y el mundo de hoy en día, cuyo combustible son los datos, el código genético de toda comunidad digital es el algoritmo, ese conjunto de operaciones que nos vuelve legibles, calculables. ¿Cómo pasamos de público-espectador a usuario-consumidor? Es precisamente frente a esta experiencia radical dirigida o manipulada y alienante de lo virtual, que la propuesta del artista -que se apoya en diversos recursos materiales y técnicos que van de la iluminación LED, la arena, acrílicos policromados y pulidos, espejos, esencias, el sonido atmosférico 360 grados y el sabor de esas bebidas espirituosas que él mismo diseñó para la inauguración-,  constituye una sugerente búsqueda de reconexión con aquello que quizá sea lo único que todos compartimos, experiencia de los sentidos (vista, tacto, olfato, oído y gusto).

 

Nuestras maneras de mirar cambian y descubren nuevas formas de representación, por eso “La geometría Fractal -dice Michael F. Barnsley-, cambiará a fondo su visión de las cosas. Seguir leyendo es peligroso. Se arriesga a perder definitivamente la imagen inofensiva que tiene de nubes, bosques, galaxias, hojas, plumas, flores, rocas, montañas, tapices, y de muchas otras cosas. Jamás volverá a recuperar las interpretaciones de todos estos objetos que hasta ahora le eran familiares.” 

 

 Hoy sabemos que no solo importa creer-saber-conocer-comprender lo qué estamos viendo sino cómo lo estamos viendo, desde qué lugar, y sobre todo cómo lo estamos viviendo. Después de todo, como decía Michel Foucault en Las palabras y las cosas: “Lo propio del saber no es ni ver ni demostrar, sino interpretar.”  

 

Ernesto Ríos. Geometrías de Luz. Cinco elementos-Cinco sentidos estará instalada en la Galería de arte Laberinto de Jardines de México del 10 de Agosto al 8 de Septiembre.