“No puedo dejar de bailar”, cuerpo y alma de un artista de danza

 

Yesenia Daniel

Fotos de Máximo Cerdio

Jojutla, Morelos; 15 de marzo de 2019. El poeta maya Humberto Ak´bal dice que lo que hace danzar a los cuerpos no son en sí los cuerpos, sino que son sus almas las que danzan. Sus cuerpos son el instrumento, llevan música en las venas y un fuego que corta el aire con pasos marcados. Irving Martínez Morales es uno de estos artistas que dejó de ir en contra de lo que le dictaba su cuerpo y que cedió a los placeres de la danza.

Muchas cosas en Jojutla son un contraste, un día sus calles son la escena de un crimen violento, y al otro día estas mismas calles son “espacios no convencionales” para ver a un artista escribir en estos espacios sucios, poesía con su cuerpo. Un día un delincuente corta cartucho para dejar tres balazos en el tórax de su víctima, al otro día un artista corta el aire con movimientos llenos de fuerza y belleza.

“Hay algo que me hizo regresar a Jojutla, hay algo en Jojutla que no me deja ir”, dice este joven artista, mientras imagino que jala con sus manos, como un cristo crucificado, la energía del agua, el viento y las piedras del río Apatlaco, que está a sus espaldas. El arte tiene el poder de ponerte en sintonía con lo que te rodea, platica Irving, siento a los animales, las plantas, el clima y todo eso lo uso para bailar.

Egresado del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) de la carrera de Danza Multidisciplinaria, Irving Martínez terminó en 6 años su carrera profesional, conociendo desde la expresión artística más mínima hasta las que no se hubiera imaginado que tendría que ver con la danza, como la pintura. Si Irving no hubiera tomado su última oportunidad a los 19 años para ingresar al INBA, hoy tendríamos a un ingeniero en Bioquímica más pero a un artista menos entre la gente.

Un artista en Jojutla es como ver a alguien usar una chamarra gruesísima en primavera con más de 40 grados centígrados, nadie se explica qué hace ahí, no encaja; pero Jojutla es la tierra de Irving Martínez, y como muchas personas que se van de aquí y regresan, quisiera traer algo para su gente, hoy inicia el proyecto “Raíces de Jojutla”, una compañía de Danza contemporánea que busca sembrar semillas en niños y jóvenes que como él, tengan esa impaciencia para bailar.

Esta entrevista se realizó un sábado por la tarde con la última luz del día en el Puente de Los Suspiros, en el centro de Jojutla, un lugar herido por el sismo y marcado por la historia como nostálgico. Irving llegó con ropa casual pero eso no fue impedimento para que el artista mostrara a ras de piso parte de la coreografía que va a presentar hoy más tarde.

Este artista tiene la idea de que el arte no es exclusivo de los lugares bonitos, que al arte no deja de ser arte por salirse de las vitrinas, del escenario de un teatro o de las galerías más lujosas. Y mientras marca con su cuerpo los pasos de la coreografía, dos niñas pequeñas que todavía usan pañal lo quedan viendo lo más cerca que pueden, mientras transcurre el tiempo y seguimos una música imaginaria, el día casi termina en los brazos de este artista. Un señor en bicicleta pasa a su lado mientras el joven yace estirado sobre el duro pavimento del Puente de Los Suspiros recién remodelado pero polvoriento por la falta de lluvias; otra señora arrastra un carrito de súper del que sale un lamento metálico.

“Se dan clases de ballet”

“Raíces de Jojutla”, es un proyecto personal que está siendo apoyado por el gobierno local de Jojutla, hoy hace su presentación a las 7 de la tarde en el Puente de Los Suspiros. El grupo está integrado por 24 niños y jóvenes de aquí del municipio a quienes Irving quiere demostrar que en Jojutla sí hay espacio para el arte, y no sólo para las actividades más populares como el fútbol.

Dos años antes del sismo, en 2015, después de haber residido en la Ciudad de México y trabajado en una compañía de teatro para la puesta en escena “Vaselina” en Estados Unidos; regresó a Jojutla. Empezó a dar clases de ballet en su casa en Higuerón y poco a poco su trabajo fue conocido entre sus vecinos y la gente de otros municipios, y aunque uno de los consejos que recibió de sus maestros fue “no regalar su trabajo” y cobrar bien por lo que había aprendido pues de lo contrario la gente pensaría que el arte es gratis, a Irving lo que le importaba era compartir lo aprendido.

Tal vez eso que obligó a regresar a Irving a Jojutla fue una premonición del sismo, pues cuando vio a sus vecinos entre los escombros, organizó en su casa un Centro de Acopio de víveres, y con sus amigos organizó brigadas para ir a dejar alimentos, ropa y medicamentos a las rancherías serranas en donde el acceso de por sí es difícil, después de casi dos meses intensos en los que se olvidó de la danza, un día la tragedia se le acumuló en el corazón, entró a su salón en donde los espejos quedaron rotos, se fue a su cuarto, con la luz apagada empezó a bailar. La danza siempre ha sido el lugar en donde puede ser lo que él quiera ser.

En Jojutla, sobretodo, muchas escuelas seguían cerradas y los niños aburridos en sus casas, entonces escribió en su muro de Facebook, “A partir de mañana pueden enviar a sus niños a clases, no  se cobrará nada de aquí hasta terminar diciembre”. Pasó un día y luego dos, y nadie llegaba, los niños seguían atrapados entre las preocupaciones de sus padres.

“Pensé que todo había terminado para mí, mi sueño de tener una escuela, lo poquito que había construido también lo tiró el sismo, la verdad si estaba muy triste”, cuenta.

Pero no pasó mucho tiempo en que los niños empezaron a llegar, las primeras fueron dos niñas pequeñas, que estaban asustadas porque el día del sismo ellas estaban en el centro de Jojutla, es decir, en el peor escenario de la tragedia; para salir de ahí y llegar hasta su casa en Higueron, atravesaron una estela de muerte, guardando recuerdos, sonidos y olores que no las dejaban dormir en la noche, tenían miedo de cerrar los ojos y despertar atrapadas entre los escombros. La danza e Irving las ayudaron a soltar esos miedos, a olvidarse por un tiempo en el sentimiento que no las dejaba dormir, y a Irving Martínez Morales, lo salvaron ellas y la danza, nuevamente.