La lección del sismo

Yesenia Daniel

Jojutla, Morelos; 13 de febrero de 2019. Hace exactamente un año, Ricardo Arroyo Reséndiz, un hombre de familia, se deshizo en llanto. Sentado en la bardita de lo que fue un pozo en el patio de la Iglesia de Teocalcingo, las imágenes en su cabeza de cómo la tierra se tragó su casa y el sentir en su espalda el peso de hacerse cargo de una familia sin tener un lugar donde vivir, ni trabajo ni dinero; lo hacía sentir nada.

Ricardo era el vivo ejemplo del testimonio del sismo, era parte de una colectividad lastimada, de una sociedad que sintió estar frente al fin del mundo el 19 de septiembre de 2017. La marejada de datos y hechos no alcanzó a documentar cuántas personas murieron víctimas de infarto, porque el corazón no resistió el impacto de ver a su ciudad destruida, o su casa en pedazos, pero sin duda fueron más de 3.

Este padre de familia era un modestísimo huarachero viviendo al día en su casa-taller en la colonia Juárez, al lado del río Apatlaco; y el día del sismo perdió todo: su casa, su taller y mucha parte de su fuerza.

Ayer, tras un año y 5 meses dejó su refugio temporal, una casita de lona que muchas veces estuvo a punto de ser arrancada por la fuerza del viento, o aplastada por la rama del mismo árbol que le daba refugio y sombra, o inundada cuando Jojutla registró calles anegadas de más de medio metro por las copiosas lluvias en varias colonias en septiembre pasado.

El domingo 10 de febrero la familia Arroyo Rodríguez  por fin dejó el patio de la Iglesia de Teocalcingo, ubicada en el centro de Jojutla; para iniciar una nueva etapa en su vida. La mudanza fue tranquila, en paz y a veces cada uno metidos en sus propios pensamientos.

“Me sentía fatal en ese tiempo con mi familia porque no sabía de dónde agarrar, ahora ya es diferente, tengo fuerza para trabajar, y todo esto ha sido gracias a que recibimos apoyo de muchas personas que nos ayudaron de manera desinteresada (…) ahora veo las cosas de una manera muy diferente, yo te aseguro que todas estas cosas no las hubiera hecho si yo todavía siguiera allá (en su casa y taller de la colonia Juárez), porque tuve que buscar nuevas formas de salir adelante», comentó Ricardo Arroyo.

La familia Arroyo

Aracely Rodríguez, su esposa, está a días de dar a luz; de pie cerca a la casita de lona, Chely revisa que todo vaya dentro de la camioneta que la familia Brito Ocampo prestó para llevar las cosas a lo que será su nuevo hogar en la colonia Lázaro Cárdenas; en este nuevo lugar tampoco hay mucho, apenas una habitación de lámina galvanizada en donde vivirá la familia.

Sin embargo, la situación ahora es diferente, a la familia Arroyo que no fue tomada en cuenta para recibir apoyo del Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden), y que se quedó esperando el apoyo de gobierno del estado en el programa Unidos por Morelos; y que luego de meses -que se convirtió en un año- se sentían olvidados, fueron ayudados por personas de la Fundación Kaluz, además de otras organizaciones civiles.

De los gobiernos federal y estatal no recibieron nada, pero de la sociedad, mucho, desde los que se fueron a ofrecerles comida, despensa, abrigo; hasta los que fueron a comprar huarache, o subir un video o una foto para hacer saber que la familia vivía en esas condiciones y necesitaba ayuda, hasta las asociaciones que ofrecieron la construcción de una nueva casa (Kaluz), también los que estuvieron acompañando en la recaudación de fondos económicos, como ReSURge; pasando por el arquitecto Marco Oseguera, que diseñó la que será la nueva casa de los Arroyo; borrando, quitando o agregando trazos con base en las necesidades de la familia.

“No pude dormir ese día, nos quedamos en el patio de mi hermano, con mi esposa, a nosotros nos pasó de una manera diferente el temblor porque para nosotros fue un terremoto porque se nos abrió la tierra; les he dicho a otras personas que ellos no tuvieron ese miedo de ver cómo se abre la tierra, yo lamentablemente perdí muchas cosas…”, comenta Ricardo después de un momento de silencios en donde su voz se fue apagando y sus ojos se fueron clavando en la tierra.

Lo que quedó de su  casa en la calle Ignacio Vallarta en la colonia Benito Juárez, daba miedo a quienes se acercaban, porque casi la mitad de su propiedad fue atravesada por el rayo que pasó debajo de la tierra y que cambió los ejes de la infraestructura subterránea, y como ejemplo está cerquita el puente de Los Suspiros, cuyos trabes quedaron separados.

En la casa de los Arroyo la sacudida sísmica dejó un desnivel de tierra de un metro entre la parte que se hundió y la superficie original, por eso a la hora de demoler la casa y el taller, ni un solo gramo de escombro se sacó de aquí, pues el escombro sirvió para nivelar el terreno que hoy luce como un campo de espinas metálicas por las varillas de castillos, y en donde hay huellas de una vida anterior al sismo, como pertenencias personales y pedazos de escaleras o paredes que fueron construyendo con años de esfuerzo.
21 de enero de 2018.

En un año y cinco meses pasaron muchas cosas, Ricardo ahora se siente mejor y puede ver lo que sucedió como una oportunidad, gracias a la difusión y apoyo que recibió, ahora tiene algunas ofertas de comercializar el huarache que hace su familia para venderlo en otros nichos comerciales.

La familia Arroyo y personas que los ayudaron en la mudanza, Marco Oseguera, Lyah Soberanes, Dulce Brito, Jared Carrasco y Marlon Moya.

“He aprendido mucho, el sismo no solo fue muy triste para mí, sino para mucha gente, pero pienso que si todo estuviera igual yo seguiría en mi tallercito, viviendo al día como lo hacía, vendiendo en los mismos lugares”.

Dos días antes de la mudanza recibieron la llamada que hubieran querido que llegara hace más de un año, Fundación Carso y los gobiernos federal y estatal les informaron que su nombre fue incluido entre los beneficiarios para la reconstrucción de una vivienda, la gestión para que fueran tomadas en cuenta fue gracias a la lucha de las mujeres de la colonia Zapata de este mismo municipio; otra vez la sociedad organizada.