La flor de cucharilla, el pretexto para tejer lazos en la comunidad
Por Yesenia Daniel
Tetelpa, municipio de Zacatepec, Morelos; 12 de diciembre de 2018. Pablo Bastida Aguirre se abrió paso entre el grupo de hombres y mujeres, niños y ancianos, todos ocupados en sus asuntos pero haciendo lo mismo. En Tetelpa, un pueblo indígena de no más 5 mil habitantes, las costumbres y creencias son importantes, sus raíces vienen de la cultura tlahuica, son “talladores de piedra”, antiguos agricultores, católicos, creyentes de la Virgen de la Inmaculada Concepción, del santo patrono –un tanto enojón y celoso-, San Esteban Tetelpan; guardianes del cerro de la tortuga, de su flora y fauna, e interesados en recuperar su idioma náhuatl. La gente de Tetelpa tiene fiesta a la menor provocación, sino es por las fiestas patronales es por las cívicas e históricas, tener un amigo de Tetelpa te garantiza una invitación a compartir la mesa en donde seguramente habrá cochinita o un chilito rojo de carne de cerdo, y alcohol en cerveza o mezcal porque saben festejar a lo grande.
Para ellos las fechas no se cuentan por años exactos sino por generaciones, por las historias familiares y los relatos de sus antepasados enseñándoles tal o cual tradición, como a Pablo Bastida que su padre y a la vez el padre de su padre y seguramente el padre de su abuelo le enseñó la tradición de la flor de cucharilla, aquí las tradiciones guardan ese sincretismo religioso cultural y sentimental, ayudar en la elaboración de la portada de la iglesia para las fiestas del pueblo te llena el pecho, “se siente aquí que cumpliste con algo”, dice Pablo Bastidas con la mano en el corazón, este habitante de Tetelpa se ofrece a ser el guía en el patio de la familia del señor Primitivo Barberi en la calle Morelos número 6 en donde el pueblo está haciendo las flores de cucharilla.
“La familia presta la casa y aquí nos organizamos, no todos son familia pero de cada uno ayuda con lo que le nace, hay personas que no son de esta familia pero están al pendiente, vienen a ayudar a servir la comida o para lo que se ofrezca”, dice Pablo Bastida quien es interrumpido por un señor afectado por la ingesta de comida, bebida o el ambiente de camaredería para insistirle en que me muestre el jiote o la espiga que le crece a la penca de cucharilla cuando ya se pasó, esa penca ya no sirve para hacer flor de cucharilla pero es muy bonita e impresionante para quienes no estamos acostumbrados a ver flor de cucharilla en los cerros.
Pablo Bastidas cuenta que en la historia que le da forma a esta tradición, un señor de Xoxocotla fue quien vino a enseñarle a la gente de Tetelpa a hacer la flor de la cucharilla, pero ir por ella, subir al cerro, buscarla y cortarla no lo hace cualquiera, es una especie de trueque entre la gente de Apango, estado de Guerrero y la de Tetelpa; un viaje astral y ceremonial entre los pueblos que se pacta con un apretón de manos, con la palabra de honor y con la confianza de andar y dormir en la montaña cuidado por el prójimo, con el pago de favores porque los de Tetelpa les han enseñado a los de Apango a hacer la flor de cucharilla.
En el patio de los Barberi funciona una especie de pequeña empresa, unos cortan, otros cosen, unos comen, otros conviven, hay unos canes que duermen y otros andan entre las mesas recogiendo las sobras de las carnitas, la tortilla con frijol refrito entre botellas que cayeron de las manos hábiles de los tejedores. En las mesas de atrás está la versión personificada de lo que platicaba Pablo Bastidas, hay un recuerdo en proceso, un abuelo le enseña la tradición a su nieto, un niño de 12 o 13 años. El abuelo pone sobre la mesa la base de lo que será una flor mediana, seis varas con punta en forma de pala descansan sobre la mesa, los dos pares de ojos están concentrados en ese cosmos, el niño levanta una vara como si fuera a dar una estocada, su mano se detiene en el aire y su abuelo lo deja avanzar, la escena se vuelve un juego de ajedrez, una obra de arte, una pintura admirada por miradas de un instante.