Tesoros vivos de Morelos. Recuento de un agravio y la presunción de un plagio

Presentación Tesoros jueves 13 de septiembre de 2018

Por Gustavo Garibay

“Una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado caduco; es una fuerza viva que anima e informa el presente. Lejos de implicar la repetición de lo que fue, la tradición supone la realidad de lo que perdura. Es como un bien de familia, un patrimonio que se recibe a condición de hacerlo fructificar antes de transmitirlo a los descendientes”.

Igor Stravinsky, Poética musical, París 1952

 

 

El pasado jueves 13 de setiembre la Secretaría de Cultura canceló la presentación del libro Tesoros Vivos de Morelos que se llevaría a cabo a las 18:00 horas en las instalaciones del Museo Morelense de Arte Popular (MMAPO). Al usual silencio de la institución, apenas el afiche en Facebook que fue publicado con un cintillo rojo que anunció con letras en blanco que la presentación “se pospone hasta nuevo aviso”. Esto fue a las 13:38 horas, cuatro horas, veintidós minutos antes del evento. Ese jueves, sin ser de Corpus, el miedo no anduvo en burro. ¿Se atreverán a presentarlo? Aquí la historia entorno a la obra.

Durante los primeros meses de 2011 Fernando Hidalgo, entonces Jefe de la Unidad Regional de Culturas Populares (URCPM) del extinto CONACULTA en Morelos, invitó a diversos especialistas, investigadores y fotógrafos, para participar en la elaboración de un libro que documentaría y registraría las voces de los protagonistas y sus procesos de creación dentro del arte y cultura popular morelense. Acudimos Bonifacio Pacheco Cedillo, Carmen Gamiño, Francisco Suástegui, Luis Miguel Morayta, Norma Zamarrón, Rodolfo Candelas, el fotógrafo Fernando Soto y quien esto escribe. Después se sumarían los escritores Francisco Rebolledo y Ángel Cuevas. La primera reunión se llevó a cabo el 5 de mayo de ese mismo año en las instalaciones del Centro de Documentación del gobierno del Estado de Morelos. Ahí se definieron la ruta de trabajo, el título, la estructura temática del libro, la territorialización del proyecto, sus estrategias de difusión, los contenidos del cuestionario base, los criterios de elegibilidad y las personas seleccionadas para tal distinción y hasta la posibilidad de generar un programa de apoyos para creadores con trayectoria en el ámbito de la cultura popular. De esa manera el proyecto no solo sería un libro, era un programa que constituía una ruta de inventario, diagnóstico y reconocimiento del patrimonio cultural inmaterial desde sus hacedores y mantenedores. Se convertiría en un paradigma a replicarse a lo largo del territorio nacional, en concordancia a la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial[1] y siguiendo las Directrices para la creación de sistemas nacionales de “Tesoros Humanos Vivos” de la UNESCO[2], cuyos ejemplos en países como Japón, Chile y España han sido verdaderamente inspiradores.

El 23 de mayo Fernando Hidalgo, creador y coordinador del proyecto de investigación, fue nombrado Director Operativo del entonces Instituto de Cultura de Morelos. El responsable del seguimiento fue Rodolfo Candelas quien había quedado en calidad de encargado de despacho de la URCPM. Así fue como el proyecto se redimensionó con el aval de la maestra Martha Ketchum, directora General del ICM. Además de asumir la responsabilidad de la revisión de textos por parte del Fondo Editorial Borda a través del escritor Francisco Rebolledo, el Instituto cofinanciarían la producción con apoyos económicos  para los viáticos del equipo de trabajo en campo y el CONACULTA sería responsable del diseño e impresión del libro. Los autores donamos nuestro trabajo.

Como suele suceder con los procesos editoriales y con las tareas de investigación, algunos de los participantes se demoraron en la entrega de sus entrevistas. Esto derivó en que el proyecto se prolongara  del segundo semestre de 2011 hasta el año siguiente, 2012. Candelas, también en calidad de coautor y fotógrafo, compiló todos los textos y los materiales fotográficos de Fernando Soto para el proceso de revisión, corrección, diseño y supervisión editoriales. En esa primera etapa, el libro logró integrar las voces de 30 tesoros vivos: don Florentino Sorela Severiano, que actualmente tiene 86 años, pitero de la danza de tecuanes de San Esteban Tetelpa, Zacatepec; doña Rosa, doña Josefina y doña María, alfareras de Cuentepec, Temixco; don Alfonso Morales Vázquez, cartonero de Tlatenchi, Jojutla; don Genaro Esteban Pérez González, granicero de Hueyapan; don Magdaleno Piedra, “Don Leno”, último Huehuechique, intermediario y representante de la comunidad ante los santos en Santa Catarina, Tepoztlán; doña Bárbara Calero Morales, “Crisanta”, alfarera de Telixtac, Axochiapan; doña María Asunción Martínez López, “Doña Chonita” gabanera de Hueyapan; Ángel Rojas Santa María “El diablo”, artesano de Tlayacapan; don Héctor Villamil, mascarero de chinelos de Tepoztlán; don Pablo Zavala de la Rosa, Teatrero de La Toma de la Alhóndiga en  San Esteban Tetelpa, Tlaltizapán; don Cecilio Domínguez Medina y don Moisés Pliego Ortiz, director  y actor de Teatro Comunitario de Ixtlico el Grande, Tepalcingo; don Juan Cruz Tlacomulco, alfarero de Tlayacapan;  doña Victoria Portillo Mendoza, organizadora de los festejos a la Virgen de Guadalupe en Temimilcingo, Tlaltizapán; Refugio Reyes Hernández, “Doña Cuca”, alfarera ritual de Tlayacapan; doña Andrea Arcos Merino, jaulera de Tlaltizapán; don Domingo Díaz Balderas, artesano de lo ritual, rezandero, maestro de danzas, música y representaciones de la pasión de Cristo en Ocotepec, Cuernavaca; don Inocente Ríos Ponciano “Chente Ríos”, tallador en madera y máscaras para danzas tradicionales de Xoxocotla; don Fernando Pavón, cuexcomatero de Chalcatzingo, Jonacatepec; don Carlos Santa María Pedraza, músico de la banda de Tlayacapan; Don Andres Palma, sombrerero de Chinameca, Ayala; don Eurípides Quesada, corridista de Tlatizapan; don Pablo Zavala, director de teatro comunitario en San Esteban Tetelpa; doña Guadalupe Palenco, cerera de Tlayacapan; don Malaquías Flores, corridista de San Andrés La Cal, Tepoztlán; Marcial Camilo, pintor amatero del Balsas con residencia en Cuernavaca; don Mardonio, creador de cruces  de Xoxocotla y don José Herrera, titiritero de Yautepec.

Alfonso Morales, Cartonero de Tlatenchi Foto. Fernando Soto (1)

A pesar de ese trabajo de investigación sin precedentes a nivel estatal y nacional, la terminación del sexenio panista de Marco Antonio Adame y el consecuente cierre administrativo y contable de gobierno estatal no permitió el ejercicio de los recursos pero sí su etiquetado como un proyecto interinstitucional para el que CONACULTA ya había cumplido con sus compromiso de financiamiento y diseño. Para octubre de 2012, con la llegada de la administración perredista y sus pretensiones de cambios radicales  y de fiscalización, varios proyectos se sometieron a “revisión” y “reaprobación”. Las acusaciones verbales de corrupción que hicieron algunos de los responsables de la entrega-recepción de graquismo fue una estrategia de intimidación sobre muchos de los funcionarios del Instituto de Cultura de Morelos, pues recordemos las salidas, despedidas y renuncias voluntarias de valiosos colaboradores. Uno de esos proyectos paralizados ad infinitum y per secula seculorum fue el libro Tesoros Vivos de Morelos que tras un largo proceso de formación, para el 28 de noviembre de ese mismo año ya estaba listo para imprimirse, previa firma de convenio de colaboración entre el Instituto de Cultura y el CONACULTA a través de la Subdirección de Publicaciones de la Dirección General de Culturas Populares.

En estos casi 6 años el libro nunca fue entregado a los coautores para su revisión a pesar de las solicitudes de cumplimiento de Culturas Populares para que fuera enviado a imprenta el 6 de marzo de 2013 pues ya estaba pagada su producción y los tiempos editoriales habían sido rebasados. Todo esto no obstante que aún en  funciones la maestra ketchum, había solicitado en dos ocasiones a la recientemente nombrada Secretaria de Cultura, Cristina Faesler, especial atención a ese y a otro compromiso editorial, me refiero al intitulado Tres Décadas de Arte Contemporáneo en Morelos, libro que tampoco se publicó. Hoy sabemos que la soberbia editorial de Cristina fue un impedimento para tales encomiendas. Su desconocimiento del territorio, del quehacer y del sector cultural morelense, que no ignorancia de políticas editoriales –que es de lo que sí sabe la señora-, le llevó a despreciar actores y procesos del contexto local. Faesler, y su aséptica estética de minimalismo postmodernista, objetó el trabajo fotográfico de Rodolfo Candelas al ver que uno de los creadores vestía una playera con la marca Tommy Hilfiguer. Fernando Hidalgo le comentó que las fotos no podían ser posadas ni actuadas, que los artesanos son personajes de la realidad. Fue de esa manera, al paso del sexenio el libro quedó confinado en un archivo. Ninguno de los participantes fuimos informados oficialmente sobre la decisión de reelaborar un trabajo como un producto meramente institucional cuya concepción original se volvió un patrimonio colectivo entre colaboradores y creadores, la mayoría de ellos ya fallecieron. Desde su visión injerencista y centralista, se les olvidó que el Estado no produce cultura, administra bienes y servicios culturales y debe garantizar el derecho de acceso a ellos.

Cancelación Tesoros

Es en ese contexto, la presentación del libro coeditado por la Secretaría de Cultura de Morelos y la Secretaría de Cultura Federal constituye un agravio porque desde el ejercicio del poder, la autoridad ha violentado a través del despojo y la usurpación los derechos culturales de todos los que participamos. Hace unos días tuve la oportunidad de leer el libro y más allá de las diferencias que pueda tener, he conversado con quienes participamos en el proyecto original sobre el respeto que guardamos por el trabajo y el talento de los articulistas y fotógrafos del “nuevo libro”, entre ellos Amaury Colmenares, Laura Emilia Pacheco y Pavel Granados, entre otros, quienes entrevistaron a 14 artesanos.

Nos queda claro que el agravio fue de la institución.[3] Nada exculpa a la Secretaría de Cultura, a su titular y a los responsables editoriales, quienes cometieron una acto a todas luces falto de ética, de moralidad y de ningún respeto al trabajo creativo y profesional de quienes concurrimos al proyecto original Tesoros Vivos de Morelos, acercándose en el que las instancias judiciales podrían determinar como plagio, pues de acuerdo con Real Academia de la Lengua Española (RAE), plagiar significa «copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias»[4] o como lo establece la Ley Federal de Derecho de Autor en su articulo 4º inciso C, fracción III sobre las obras objeto de protección según su origen: “Colectivas: Las creadas por la iniciativa de una persona física o moral que las publica y divulga bajo su dirección y su nombre y en las cuales la contribución personal de los diversos autores que han participado en su elaboración se funde en el conjunto con vistas al cual ha sido concebida, sin que sea posible atribuir a cada uno de ellos un derecho distinto e indiviso sobre el conjunto realizado.”[5]

Siempre hay preguntas: ¿Cuáles fueron los criterios editoriales, metodológicos y “estéticos” para desestimar el trabajo realizado por los investigadores en un principio convocados? ¿La Secretaría de Cultura no tiene un departamento jurídico que contrapesara ante cualquier posible acto de  inmoralidad e ignorancia advirtiendo las implicaciones legales de un agravio como el que aquí se ha relatado? La última: ¿Cuánto costó el libro impreso por la Secretaría de Cultura? Me quedo con la misma sensación que tuve cuando leí el libro de Feliciano Mejía. Fuego en el corazón. Un libro precioso, precioso –busque en el diccionario la palabra-. Un libro caro en donde no encontré a don Feliciano, mi vecino, el artesano al que conocí y entrevisté en diversas ocasiones no estaba ahí. Había una impostura escrituraria y una sobreinterpretación que dimensionaba su obra desde un lugar cercano al vacío de esa pretendida contemporaneidad a vista de una crítica de arte conceptual por ignorante. Se los dije a los autores el día de la presentación.

Creación de máscaras. Foto Fernando Soto Vidal (1)

¿Cómo resarcir el daño?

La siguiente administración cultural puede tener la sensibilidad de publicar el libro para reivindicar la memoria de todos los entrevistados, sobre todo porque lamentablemente algunos de ellos ya fallecieron: Ángel Rojas “El Diablo”, María Asunción Martínez López “Doña Chonita”, Domingo Díaz Balderas, Fernando Pavón, Carlos Santa María, Pablo Zavala, Asunción Palenco, Malaquías Flores, el Marcial Camilo, José Herrera, Eurípides Quesada, “alegre entre los alegres”. Ellos y sus familias se quedaron esperando el homenaje en reconocimiento a su trayectoria, con la promesa de recibir un paquetes de libros que les permitiría poner en valor sus obras para que la gente conociera la importancia de su trabajo y que las nuevas generaciones se enamoraran y se sintieran orgullosos de sus tradiciones, “para que les compraran sus piezas de arte popular” como algunos de ellos se lo dijeron a Carmen Gamiño y a mis compañeros.

Los derechos culturales de los que participamos y de los entrevistados fueron violentados. Es un hecho consumado y constituye un precedente más de la actitud autoritaria, desdeñosa, ventajosa y arrogante del gobierno de Graco Ramírez, en este caso de Secretaría de Cultura de Morelos  y sus “políticas editoriales”. Creyeron que lo sabían todo pero ignoraron que no sabían. Hoy es un día menos. En octubre ya no estarán

Referencias:

[1] Ver https://ich.unesco.org/es/convenci%C3%B3n

[2] Ver https://ich.unesco.org/doc/src/00031-ES.pdf

[3] Cfr. http://dle.rae.es/?id=18m1UEp

[4] Ver http://dle.rae.es/?id=TIZy4Xb

[5] Ver http://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=4907028&fecha=24/12/1996&print=true