Tempra

Dentista y paciente. Foto Secretaríad e Salud de Tlaxcala

Por Máximo Cerdio

El teléfono sonó histérico y del otro lado nadie contestaba. La mujer tenía un dolor de muelas que casi la estaba matando. Hablaba a la dentista, para que le recetara algo contra ese maldito dolor que le punzaba la muela, caminaba con tacones de punta de aguja por la mandíbula, se subía a la cabeza, salía por los ídos y luego bajaba hasta el corazón.

–Buenas tardes. Consultorio de la doctora Alma.

–Doctora. Qué bueno que la encuentro, fíjese que tengo cita con usted mañana, a las tres, pero ahorita tengo un dolor de muela que me está matando, por favor recéteme algo para calmarlo, ya no aguanto…

–La doctora no se encuentra en este momento, viene en una hora, y no le puedo confirmar su cita porque dejó la libreta en su cajón y tiene llave.

–¡Ay! Dios mío, ¡no me diga eso! ¡No aguanto este dolor!

–Mire. Vaya a la farmacia y compre Tempra. Tómese una pastilla de 500 cada ocho hora y si tiene cita, mañana viene.

–¡Ay! Muchas gracias; Dios se lo va a pagar. Ahorita voy a la farmacia de la esquina. Muchas gracias.

 

La doctora Alma salió del consultorio a la salita de espera. Pronunció el nombre de la persona que estaba programada para las 15:00 horas y una mujer como de cuarenta años se paró y avanzó hacia adentro del consultorio. La doctora, de blanco y con un tapabocas, le dijo que se pusiera cómoda en la unidad dental y que le explicara qué le pasaba.

–Me manda mi comadre Alicia. Me dijo que usted era muy buena y tenía las “manos de ángel” para curar. Me duele mucho la muela, ésta mire –La mujer abrió la boca y se metió el dedo índice de la mano izquierda.

La estomatóloga puso la lámpara en la caverna de la paciente y casi se metió en ella.

–Tiene usted una caries grandísima. En un momento lo arreglamos.

La dentista se movió dentro de la boca de la mujer como un pez en el agua. Anestesió sin percibir molestias de la paciente. En menos de 15 minutos dejó como nueva la muela a la mujer. Ésta quedó satisfecha, como si las manos de un ángel la hubieran curado.

Pagó muy a gusto lo que la doctora le había pedido.

–Muchas gracias, no sabe cuánto se lo agradezco. Este dolor no me dejaba descansar. También le quiero dar las gracias a su ayudante, la señorita dentista, que ayer le hablé y me recetó Tempra, eso me calmó mucho el dolor y pude descansar y venir hoy a consulta.

–¿Cuál ayudante? Yo no tengo a nadie que me ayude…

–Sí, doctora, ayer una señorita me contestó el teléfono y me recetó Tempra de quinientos miligramos, cada ocho horas.

–No, yo no fui y tampoco tengo a ninguna recepcionista ni a nadie. Seguramente habló usted a otro consultorio…

–No, marque a este teléfono al suyo, se lo juro.

–Bueno. Como sea, lo bueno es que se le calmó el dolor. Yo por lo general receto esa medicina para el dolor, sobre todo cuando me llaman por teléfono para pedirme algún analgésico.

La paciente estaba saliendo de la puertecita del consultorio, cuando de pronto se topó con un niño flaquito, como de seis años, con un cuaderno entre las manos:

–Mamá. Ya acabé mi tarea. ¿Ahora sí puedo jugar un rato los videojuegos?

–Ay, mire, doctora, esa es la voz que me recetó ayer Tempra de quinientos miligramos para mi dolor…

–¡Alejandro! ¡Ya te dije que no contestes el teléfono cuando yo no esté y menos que andes recetando a la gente!