Nathali, la mujer bombera
Yesenia Daniel / reportera
Jojutla, Morelos; 22 de agosto de 2018. Es la noche del 19 de septiembre. En la bocina del otro lado del teléfono Nathali González Rosales, una bombera de 28 años de edad, escucha a su hija de 3, la niña le pregunta si está ayudando a las personas que se quedaron sin casa y Nathali asiente con la cabeza y la voz cortada, lleva más de 20 horas trabajando, y a las diez de la noche se tira junto con sus compañeros en la explanada del zócalo de Jojutla, a donde han llegado grandes carros con militares, autobuses con brigadistas, y cientos de rescatistas cuyas siluetas caminan entre el polvo que no deja de picar en las narices; y las luces de los carros, porque en Jojutla no hay luz eléctrica, lo que sí hay es un enorme susto, angustia, dolor y miedo de que vuelva a temblar.
En Jojutla no temblaba así, los reportes más graves fueron durante muchos años la aparición de grietas en algunas casas viejas o iglesias, una vez se cayó una barda y eso fue lo más grave que se había registrado con los temblores que, de acuerdo con el registro histórico del Servicio Sismológico Nacional (SSN) nunca pasaron de los 4 grados de intensidad en Morelos. Por eso, cuando el 19 de septiembre rugió la tierra y se sacudió, muchos pensaron que era el fin del mundo porque, la tierra se abrió en varios municipios del estado, dejando una grieta con una diferencia de suelos de al menos un metro, y también hubo un ruido que antecedió a la sacudida, una especie de motor al que las personas le han dado identidad propia como un animal que se despertó de las entrañas de la tierra; la bestia de 7.1 grados de intensidad enseñó a los morelenses lo frágil que puede ser una ciudad con todo y sus edificios históricos que habían resistido el paso de los siglos.
En el cuerpo de Bomberos de Jojutla, Nathali es la única mujer. Más que acoplarse a sus compañeros, ella dice que son ellos los que se han tenido que adaptar a ella. Lleva tres años en esta corporación única de la zona sur de Morelos. “Abnegación, trabajo y sacrificio” es su lema, siempre tienen carencias en equipo y herramientas, y al menos una vez al año los bomberos salen a “botear” para comprar su material.
Nathali tenía definido su rumbo desde pequeña, la disciplina y la vocación de servicio la aprendió en casa, su padre fue militar, y ella antes de ser bombero, fue policía preventivo, llegó a la corporación al día siguiente de que había salido de la Policía.
El martes 19, por la mañana, junto con sus compañeros, salía de una práctica cerca del centro de Jojutla, con un compañero al mando abordó una motocicleta para ir a dejar unos documentos a una oficina en el centro, era la una y catorce minutos de la tarde, cuando la moto onduló en la carretera Nathali pidió a su compañero dejar de hacer payasadas y que manejara bien porque si no se caerían, pero su compañero no bromeaba y tampoco sabía lo que pasaba.
Los árboles empezaron a sacudirse como plumeros, y calles adelante observaron que salía un humo lento que se elevaba al cielo azul en esta tierra que arde, que en los días más calurosos ha alcanzado los 40 grados Celsius. Todo era un caos, empezando por su cabeza, no sabían si algo se estaba incendiando, si el humo era producto del fuego, si tendrían que pedir refuerzos o si había gente herida, pero lo que les esperaba estaba fuera de todas las expectativas.
“Finalmente nos caímos de la moto, cada uno agarró por un lado, él se fue por una calle y yo por otra, por instinto ya sabíamos lo que teníamos que hacer, íbamos caminando entre la polvareda, entre las casas, al momento no sabíamos si era humo, si era polvo, no sabíamos ni siquiera la magnitud de lo que había sucedido”.
En este punto la mirada de la gente se pierde entre sus recuerdos y sienten nuevamente la incertidumbre de ese día al recordar los rostros de las personas, las casas desmoronadas, la gente corriendo, los niños con el semblante perdido, los rastros de sangre en las banquetas, los adultos gritando y rezando: “¡Ay dios mío lindo, protégenos Señor, qué está pasando!”
Y sí, en ese momento el tiempo se detuvo y Nathali se vio sola en la calle, rodeada por un silbido de voces que le suplicaban ayuda, que la jalaban para que, por favor, fuera a ayudar a una señora que se quedó atrapada bajo los escombros, que pedían a gritos ayuda para apagar un incendio en un local en el mercado municipal “Benito Juárez”, para que llamara a sus compañeros. Nathali nunca perdió la cordura, ella cree que el instinto de la gente es ayudarse, aunque la desgracia nos mostró que no todos tienen ese instinto.
“Empezamos a darnos cuenta de que realmente había pasado algo de gran magnitud. Algo que nunca se me va a olvidar son las voces de las personas y la imagen de una persona ya sin vida en la calle”.
¡¿Alguien sabe cómo están en la Juan Jacobo?! La 10 de Abril se cayó dicen que los niños están bien, hay vidrios rotos y las paredes están destrozadas pero los niños están bien ¡Por favor présteme un teléfono, un teléfono por favor, necesito llamar a mi casa, mis papás ya son grandes y tal vez no pudieron salir!; vengo de Tlatenchi y hay mucha gente corriendo con las caras grises por los escombros, ¡por favor un teléfono!, vienen los Bomberos, hay incendios, cierren las llaves del gas, bajen los suitch, apártense de las paredes, todos muévanse a un lugar seguro. ¡El señor, ayuden a aquel señor, está herido! Jojutla está viviendo una desgracia.
A las 3 de la tarde hay grupos de muchachos con su uniforme de la escuela, recorren la avenida Josefa Ortíz de Domínguez, ¿Hay alguien aquí? ¿Necesitan ayuda?, no hay respuesta, siguen corriendo.
La batería en los teléfonos se agota, las transmisiones en vivo por redes sociales ayudaron a abrir una ventana para ver la desgracia que vivía Jojutla, a los reporteros se les pidió no ser alarmistas al dar su reporte en la radio, la realidad nos estaba pateando.
Una persona con el cuerpo suspendido en el aire y el pie atorado entre piedras cuelga de un balcón del antiguo palacio municipal de Jojutla, es Jonás, hermano de un joven abogado que en 2014 sobrevivió a un accidente carretero. Momentos más tarde está en el Hospital Meana, a donde llegan camionetas, patrullas, ambulancias y unidades del transporte público con personas ensangrentadas, hay una camioneta con dos personas, los médicos y enfermeras atienden a uno, al otro le ponen una sábana encima.
La bombero no da margen para mostrarse débil aunque no deje de pensar en su hija que está en Tlaquiltenango otro municipio cercano, el teléfono no da línea, hay postes de luz doblados en la calle, el edificio de Telmex es uno de los más dañados. No hay luz, no hay teléfono pero confía y sigue ayudando. “Abnegación, trabajo, sacrificio”.
La emergencia que se vivió en Jojutla el 19 de septiembre trajo miles de voluntarios nacionales y extranjeros, y un mar de ayuda humanitaria que se volcó sobre estas tierras sureñas.
La cifra oficial cerró en 74 decesos en todo el estado, 26 tan sólo en Jojutla, el municipio más afectado en la zona centro del país donde se registró el sismo del 19 de septiembre en escala de 7.1 grados de intensidad; dos mil 694 casas colapsaron tan sólo en Jojutla, y ese día sólo un 5 por ciento del patrimonio histórico de la ciudad quedó en buenas condiciones.
Los días transcurren con una nueva era, la historia de Jojutla “después del sismo” en donde un año del evento trágico, la desgracia sigue por la tramitología para acceder a apoyos para reconstruir una vivienda, la falta de empleos, el aumento de los precios de las rentas y de los materiales de construcción; la ausencia de personas y la violencia homicida de los mafiosos que no han guardado luto.