El Gallo
Por Máximo Cerdio
Para Dios, todas las cosas son posibles
MARCOS, 10:27
A las 12 del día el sol daba de lleno en la cabeza del gentío que se arremolinaba en el estacionamiento de la unidad habitacional, esperando la llegada de Andrés. Varios reporteros tomaban fotos de la construcción que, según decía el boletín de prensa, beneficiaría a más de mil familias de las más pobres en la Ciudad de México. Allá, un funcionario hacía declaraciones; acá, en mantas blancas se podían leer consignas como “¡Andrés: el gallo de los pobres! ¡No al desafuero! ¡Andrés para presidente!”
Entre el murmullo, un grito como un disparo se levantó desde la multitud: ¡Ai viene´l surito! ¡Ai viene´l surito!
Todos se dirigieron hacia la entrada. Un Tsuru blanco disminuyó la velocidad hasta el punto donde el tumulto lo acorraló. De inmediato, tres mujeres cercaron el coche. La gente rodeó por completo el automóvil. De lado del copiloto, Andrés abrió al portezuela y salió enfundado en un traje gris con corbata roja, se desarrugó el traje y pasó la palma de su mano derecha por encima de su pelo, como queriendo peinarse algunos cabellos que se resistían en el centro y en lo más alto de su cabeza. El cielo se oscureció intempestivamente y la lluvia de disparos de cámaras se dejó venir sobre Andrés, que sonriente, saludaba al público.
Acompañado de su escolta, algunos funcionarios y arquitectos e ingenieros responsables de la obra, Andrés se abrió paso entre la gente, con rumbo al lugar que se había designado para que cortara el listón e inaugurara la unidad habitacional José Gorostiza. Entre abrazos y saludos de manos de la gente logró llegar. “¡No al desafuero! ¡No al desafuero!” Se alcazaba a escuchar atrás, donde Andrés no podía ver.
Frente al listón y con las tijeras en la mano, enfatizó la importancia de proveer de vivienda a la gente pobre. “No es un favor ni un regalo que le hacemos a las personas, se trata más bien de una responsabilidad que el gobierno debe cumplir”, dijo. Y continuó: “Estas casas que ahora se entregan, sólo son viviendas, pero el gobierno de la ciudad de la esperanza quiere que la gente ponga en ella una familia, para que esta estructura se transforme en un hogar, pero no cualquier hogar, sino un hogar digno”. En seguida, continuó con el protocolo: siendo las 12 horas con treinta minutos doy por inaugurada… y procedió a cortar el listón. Al momento en que la última hebra de hilo caía, una hola de vítores se desbordó. Los aplausos no cesaban y eran fuertes, pero fueron opacados por las consignas: “¡Viva Andrés! ¡No al desafuero! ¡Andrés para presidente!”
Los ingenieros y arquitectos invitaron a Andrés, a sus funcionarios, a la prensa y al público a conocer la construcción. Durante el recorrido, los responsables de la obra explicaban a Andrés, quien ponía mucha atención y preguntaba sobre algunas particularidades, incluso señalaba con el índice algunas parte de la obra. La gente no perdía detalle y dirigía su mirada hacia donde indicaba Andrés, queriendo encontrar lo que él, con exactitud, señalaba. Se encontraban frente a uno de los accesos a las plantas altas. Andrés quiso dar un paso, pero se le atravesó una niña que se agachó para recoger a su muñeca. Andrés casi pierde el equilibrio pero pudo esquivar el obstáculo. La niña recogió a su muñeca, se incorporó y cuando le estaba limpiando la tierra, un marro que alguien dejó por descuido en la azotea, se impactó en la cabeza de la niña. La niña cayó con el cráneo destrozado. Como si un gran pie de la muerte se hubiera posado allí, la gente se hizo a un lado aterrorizada, sólo Andrés se aproximó rápidamente a la niña, levantó el cuerpo ensangrentado entre sus brazos y comenzó a gritar: “¡Un médico, un médico! ¡Llamen una ambulancia!” La gente, respuesta del sobresalto volvió a cerrar el círculo. Las mujeres lloraban y detrás del tumulto se podía escuchar a una madre desesperada llamando a su hija: “¡Lupita, Lupita!”
La sangré, que seguía saliendo de la cabeza de la niña manchaba el traje de Andrés, que instintivamente puso su mano derecha en la frente y en los ojos cerrados de la menor. Al levantar la mano, la pequeña abrió sus ojos y cobró vida ante la sorpresa de Andrés y de todos. La herida dejó de sangrar y despareció. La niña forcejeó, y de un brinco se soltó de los brazos del jefe de gobierno. “¡Milagro, milagro!”, gritaban algunas mujeres mientras caían al suelo de rodillas y levantaban sus manos al cielo. Andrés, quedó inmovilizado, teñido en sangre, viendo aquellas manos que, frente a él, habían resucitado a Lupita.
La gente, a su alrededor, hincada, sólo veía con éxtasis cómo de las manos abiertas de Andrés brotaban algo así como un par de llamas, blanquísimas. Esa fue la fotografía que apareció en la primera plana de todos los periódicos de México el día siguiente, con el encabezado: ¡Reviviola!
Ese fue su primer milagro; después sucedieron muchos más: en Ixtapalapa devolvió la vista a un ciego de nacimiento, en Xochimilco hizo que caminaran tres paralíticos. En una reunión de trabajo a la que había asistido el jefe de gobierno y varios políticos de diferentes partidos, uno del PAN que más odiaba a Andrés apodado “el Jefe”, sacó una pistola y cuando quiso dispararle, el arma se convirtió en una víbora.
La gente cercana a Andrés tuvo que suspender sus salidas. Despachaba en sus oficinas del zócalo, pero los devotos se quedaban día y noche en la calle, orando y rezando. En la puerta de la entrada, se colgaban infinidad de milagros y listones por los favores que la imagen de Andrés había concedido. Claro, también podían leerse las consabidas consignas en las mantas y cartulinas: “¡No al desafuero! ¡Mi gallo es Andrés! ¡Andrés para presidente de México!”
Todos los días, cientos y cientos de creyentes de diferentes partes de México, Centroamérica y Estados Unidos pasaban por la oficina de Andrés. Las peregrinaciones fueron incontrolables, incluso, la empresa dueña del Estadio Azteca ofreció adaptar el coloso de Santa Úrsula para que Andrés atendiera a sus fieles. Desde luego, la gente organizada comenzó a recabar donativos para hacerle un templo.
Pero si de los milagros del jefe de gobierno comprobados se supo mucho, de los dudosos y atribuidos se supo más; uno de ellos fue aquél, de la huella. Resulta que, cuando Andrés aún podía salir, en una de esas visitas de inspección a una construcción que estaba por entregarse, sin quererlo piso el cemento fresco de una banqueta. Al día siguiente, los trabajadores de la obra se dieron cuenta de que no se trataba de la huella minera de una bota común y corriente, sino que en la huella del jefe de gobierno se podía distinguir perfectamente la imagen de una virgen. De inmediato, separaron la huella y la pusieron en un lugar protegido y especial, con una alcancía para recabar fondos. Dicen que todos los días, los trabajadores se persignaban ante la virgen, le llevaban flores y depositaban generosas limosnas.
Otro de los milagros dudosos fue el del famoso “gallo”. Se rumoraba que la mujer que tocara el “gallo”, es decir los pelos parados del remolino de la cabeza, al jefe de gobierno recobraría ipso facto su virginidad. Por ello, durante un buen tiempo, cuando el jefe de gobierno salía a las calles, lo seguía siempre un enjambre de mujeres con las manos en alto queriendo tentar el ínclito gallo.
Huelga decir que el tan sonado proceso de desafuero quedó sin efectos, y para más señas hay que consultar el periódico La Prensa, del jueves 25 de diciembre, en el cual también aparecieron 666 mil firmas de panistas, pidiendo perdón al Niño Andrés por todas las ofensas y difamaciones que le habían hecho. Encabezaban las firmas la del licenciado Azuela, la de Santiago Cruel y la de la señora Martha María.
El texto apareció en varias revistas independientes en la Ciudad de México, en el año 2004.