El puente que nos une
El puente que nos une
Yesenia Daniel
Tlaquiltenango. No había escuchado ese cuento de terror desde que mi tío Manuel nos lo contaba cuando éramos niños. Vivíamos en la casa de mi abuelita Simo en la avenida principal, en el cuarto de abajo, donde las gallinas se posaban en las protecciones de herrería de las ventanas esperando que cayera el ocaso para irse a sus camitas.
Mi tía abuela, que extraño tanto, nos preparaba leche tibia de la ordeña de las vacas de mi tío; hervía dos litros en una olla de peltre y el momento súbito era una carrera por evitar que se derramara en la estufa vieja pero impecable de mi tía Chanita.
Con leche con canela y galletas Marías acomodadas en un platito que hacían la vez de bandeja, nos íbamos a la cama. Mi tío llegaba con su ropa de jornada, había ido a la caña a fumigar o a desyerbar, el sudor de todo un día de trabajo, acentuado por los fumigantes, se había marcado en su ropa, venía cansado pero siempre de buen ánimo para asustarnos.
Éramos como un plato de enchiladas, acostados tres como troncos, uno más en la cabecera, y a veces, otro encimado.
¿Ya se van a dormir, mimoso ratón, patas verdes y la chocoyotita…les cuento un cuento…?
Dicen que un señor iba en su caballo, allá por el puente de piedra, que había ido al campo y se le había hecho tarde cuando regresaba a su casa, tenía que pasar por el panteón por eso cuando terminó de pasar se sintió aliviado, el caballo tenía un trote igual de cansado que el montador, arrastraba los cascos y el golpe sonaba igual que una lata contra el piso. ¡ay ay ay, uuuh, aayy!, un niño lloraba cerca; tenía que ser un niño porque los sollozos se escuchaban tiernos y desamparados.
Debajo del puente, por ahí debe estar, ¡niño, niño, qué tienes, qué te pasa? ¡niño, niño!.
El señor no veía a nadie, buscó y buscó, fue a las matas altas que crecen junto al río, nada. Estaba a punto de subirse al caballo y otra vez los sollozos del niño. ¡Caray, un niño en la noche, debe estar mal porque ya no es hora para que ande afuera! ¡Niño, niño, ¿dónde estás?!
El hombre vio la silueta de un niño sentado, acurrucado sobre sus rodillas y de espaldas se mecía por dolor o miedo. Niño, ¿qué te pasa, qué tienes? ven.
Le puso la cálida mano en el hombro infantil y sombrío, al tiempo de girarlo para ayudarlo. ¡Menuda sorpresa!, el hombre vio un rostro infernal, era un niño, un duende o demonio con cara de viejo, de diablo y de horror, con una sonrisa sátira y sin ningún diente más que el de enfrente, delgado y puntiagudo que señalaba, ¡mira mi dientito!
Antes de que terminara de contarlo estábamos bajo las sábanas tapándonos las orejas y esperando que mi tío terminara para morir de miedo y empezar a temerle a la noche mientras él reía por ver las caras de sus asustados sobrinos.
Resulta que el cuento de “mira mi dientito” que también es conocido como “el choquito”, así como el del jinete negro o La Llorona, son parte de las leyendas que se han contado en el pueblo para dar una lección a los que andan en la noche, como los borrachos por ejemplo; y que ayer, bajo el pretexto de la celebración del puente de piedra de la colonia Manzanares, resultó que el puente no resultó tan de piedra sino de humanidad.
La gente de la colonias y la cabecera municipal, las familias con sus niños y sus ancianos se juntaron alrededor del puente de piedra de la colonia Celerino Manzanares que el 3 de agosto cumplió 400 años y que ha sido catalogado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) como una joya arquitectónica; se dieron cuenta que algún día el río Yautepec dividió a su gente en la colonia pero el puente los unió, además de que ha resistido las crecidas de este afluente, también ha tejido redes sociales.
El ayudante municipal, Uri Jahaziel Cabrera Arteaga, agradeció la participación de los vecinos que barrieron, ofrecieron comida y pusieron mesas y sillas. A la par del evento social, se mostró una exposición fotográfica en la que se muestra los inicios del puente mandado a construir por el Fray Andrés de San Miguel el 3 de agosto de 1617, también se develaron dos placas conmemorativas, y los niños y no tan niños, dibujaron con la técnica de gis pastel en hojas de colores, todo en torno a un puente en el que pintaron lo que les gustaría unir.