El primer muerto de mi vida

El primer muerto de mi vida
Por Máximo Cerdio

Jamás había visto a un muerto real. El cuerpo maniatado, con el rostro cubierto por una bolsa negra se me metió por los ojos hasta el alma. Ahí estaba la muerte en medio del silencio.

Recuerdo ese día. Fue un 7 de noviembre por la mañana. Me dirigía en mi auto a dar mi clase de química en la secundaria. Como todos los lunes, me costó un poco de trabajo levantarme. Me despedí de mis familiares con la seguridad cotidiana de que yo regresaría y ellos también regresarían por la tarde.

Pensaba en todos los pendientes que tenía en la escuela y en la casa, en algunos recuerdos del sábado y del domingo que el tiempo dejó pegados en mi mente.

Yo iba sobre la calle El Ferrocarril, de la colonia La Estación, de Emiliano Zapata. Es una vía amplia, sucia porque siempre están destapando o reparando. Las fachadas de las casas y negocios están grises por el polvillo que levantan los autos y camiones que van y vienen constantemente por esa arteria que es una de las principales.

Siempre me ha molestado ver las bolsas de basura en las calles. Muchas veces los camiones no las levantan porque la gente las lleva a las esquinas después de que el camión pasó, o porque encuentran la basura regada porque los perros hambrientos y pobres que abundan es esa zona las rompen buscando restos de comida.

Pocos negocios de los muchos que hay en esa zona aún no abrían las cortinas. Algunos metros cerca del pozo de agua se comenzó a formar una fila de autos y camiones. Yo desaceleré y me acomodé en el lugar que me correspondía. Avancé: algún bache o agujero había detenido el tráfico.

Me fui acercando al obstáculo. Mis pensamientos se centraron en las camionetas paradas a la orilla, en la banqueta y en lo que ocurría detrás de las franjas de plástico amarillo que acordonaban el área. También distinguí a varios agentes, cerca de tres camionetas de la policía. Supuse que estaban deteniendo a algún ebrio o evitando alguna riña, sin embargo, mientras avanzaba, a unos metros de los oficiales que empuñaban armas largas alcancé a distinguir un bulto tirado sobre el suelo.

Estaba bocabajo. Tenía algo banco que le tapaba la cabeza. Estaba con sus piernas y sus manos hacia atrás. No tenía camisa, sólo tenis y short. Por el color de su piel y la textura y todos los demás detalles que observé se podía suponer que se trataba de un chico. No había sangre en el sitio, sin embargo, los policías, las camionetas, los sonidos de los radios decían que allí había ocurrido una desgracia.

La fila de autos fue pasando lentamente. Yo observé todo. Un enjambre de imágenes se avivó en mi memoria después de algunos segundos que duró la impresión de ese cuerpo sin vida.

Pensé que a lo mejor era un jovencito que vivía cerca de allí. ¿Quién era ese chico muerto? ¿Alguien lo va esperaba en su casa? Sentí impotencia, frustración. El dolor de los familiares. ¿Qué puede uno hacer para cuidar a los muchachos, para que no se junten con personas malas? ¿Qué les falta? ¡Tan jovencito! Hay inseguridad. Mucho dinero se destina a evitar delitos, pero acá en Morelos la inseguridad es terrible.

Me acordé de un exalumno que debe tener la misma edad que el jovencito asesinado. Yo conviví mucho con él, uno siente cariño por todos los alumnos, pero a veces existe más convivencia con algunos y les toma uno gran afecto. ¿Dónde estará mi alumno?

En la fila de autos iba también una mujer con niños en su camioneta y también un hombre con dos pequeños sobre su motocicleta: los menores lo vieron todo ¿Qué impresión les causó? Los niños no deben ver eso, pero a esa hora que vamos rumbo a la escuela ellos observaron todo ¿Qué sintieron esos niños? ¿Cómo se van a afectar? Luces, patrullas, policías, radios, un cuerpo tirado sobre el suelo. Aquí no debería haber una persona asesinada, ni a estas horas en que la gente camina o va en su auto, ni en otra hora, estas calles deberían ser seguras.

Yo paso de lunes a viernes por esta calle y me da miedo saber que en cualquier momento puedo ser víctima de la delincuencia.

También me dio tristeza. No puede uno ser indolente ante tanta violencia. Soy un ser humano y también soy madre. No es posible que así, de pronto se encuentre uno con un cadáver en la calle, como si se tratara de basura.

Por la forma en que aparecen los cuerpos, muchas autoridades y medios de comunicación etiquetan a los fallecidos cuando aseguran que pertenecen a la delincuencia organizada; esto les conviene, nos conviene y justificamos una muerte: era un delincuente, andaba en malos pasos, etcétera, como para disminuir nuestra responsabilidad como ciudadanos.

Pero a ciencia cierta no sabemos nada, no conocemos el sufrimiento de una madre o de un padre o de un hermano o una esposa cuando le matan a su ser querido.

Los carros, en fila, como si asistieran a un funeral, siguieron avanzando muy despacio.
Yo pisé el acelerador queriendo dejar la escena del crimen en el pasado, pero sabía que esa imagen de la muerte ya estaba dentro de mí y nunca podría yo olvidarla.